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Nuestro mal viene de más lejos, de Alain Badiou

 Lecturas.
Introducción al libro "NUESTRO MAL VIENE DE LEJOS" de Alain Badiou.
  
Este texto es la transcripción de un seminario excepcional pronunciado por Alain Badiou, el 23 de noviembre de 2015, en el Teatro de la Comuna de Aubervilliers.  

"Esta noche quisiera hablar de lo que ocurrió el viernes 13 de noviembre,
de lo que nos ocurrió, de lo que le ocurrió a esta ciudad,
 a este país,finalmente a este mundo.
Quisiera decir primero en qué estado anímico
pienso que hay que hablar de lo que es una
tragedia atroz, porque a todas luces, como es
sabido, y como nos lo machacan en forma peligrosa
la prensa y las autoridades, la función del
afecto, de la reacción sensible, es, en este tipo
de situaciones, inevitable y, en cierto sentido,
indispensable. Hay algo así como un traumatismo,
como el sentimiento de una excepción intolerable
al régimen de la vida corriente, de una
irrupción insoportable de la muerte. Eso es algo
que se nos impone a todos y que no se puede
contener, ni criticar.
No obstante, es preciso saber –este es un punto
de partida para la consideración de lo que llamo
estado anímico– que este inevitable afecto,
en este tipo de circunstancias trágicas, expone
a muchos riesgos, riesgos que quisiera recordar
para indicar cuál será mi método.
Veo tres riesgos principales a los que nos expondría,
después de este drama, la dominación
exclusiva del traumatismo y del afecto.
El primero es el de autorizar al Estado a tomar
medidas inútiles e inaceptables, medidas que, en
realidad, funcionan en su propio provecho. Bruscamente,
se pone en primer plano al Estado, y este
reencuentra de manera momentánea, o cree reencontrar,
una función de representación simbólica,
de garante de la unidad de la nación, y otras posturas
semejantes, lo cual nos permite percibir en
el personal dirigente –volveré sobre ello– un goce
bastante siniestro, pero evidente, de esta situación
criminal. En tales condiciones, es necesario guardar
una medida. Es necesario mantenerse capaz
de calibrar en lo que se hace, en lo que se pronuncia,
aquello que es inevitable o necesario y aquello
que es inútil o inaceptable. Esa es la primera
precaución que veo, una precaución de medida
respecto del carácter –lo repito una vez más– inevitable
e indispensable del afecto.
El segundo riesgo de esta dominación de lo sensible
–llamémoslo así– consiste en el refuerzo
de las pulsiones identitarias. Ese también es un
mecanismo natural. Es evidente que, cuando
alguien muere de modo accidental en una familia,
la familia se reagrupa, se estrecha y, en cierto
sentido, se refuerza. En estos días se nos asegura,
se nos dice y se nos vuelve a decir, con la bandera
tricolor en la mano, que una horrible masacre en
el territorio francés no puede sino reforzar el sentimiento
nacional. Como si el traumatismo remitiera
de manera automática a una identidad.
De allí que las palabras “franceses” y “Francia”
se pronuncien por todas partes como un componente
evidente de la situación. Pues bien, hay
que plantear la pregunta: ¿a título de qué? ¿Qué
es “Francia”, con exactitud, en este asunto? ¿De
qué se habla cuando se habla, hoy en día, de
“Francia” y de los “franceses”? Se trata, en realidad,
de cuestiones muy complejas, y es imprescindible
no perder de vista esta complejidad: las
palabras “Francia” y “franceses” no tienen hoy
en día ninguna significación particularmente
trivial, particularmente evidente. Además,
pienso que hay que hacer el esfuerzo de recordar,
en especial contra esta pulsión identitaria
que encierra al acontecimiento terrible en una
suerte de falso semblante, que estos espantosos
asesinatos masivos ocurrían y ocurren todos los
días en otras partes. Todos los días, sí, en Nigeria
y en Malí, en forma muy reciente todavía en
Irak, en Pakistán, en Siria… También es importante
acordarse de que hace algunos días más de
doscientos rusos fueron masacrados en su avión
saboteado, y de que en ese caso la emoción, en
Francia, no fue en verdad considerable. ¡Tal vez
los supuestos “franceses” identificaban a todos
los rusos con el malvado Putin!
Pienso que una de las tareas fundamentales
de la justicia es ampliar siempre, en la medida de
sus posibilidades, el espacio de los afectos públicos,
luchar contra su restricción identitaria,
recordar y saber que el espacio de la desgracia
es un espacio que debemos considerar, en definitiva,
a escala de la humanidad entera, y que no
tenemos que encerrarlo nunca en declaraciones
que lo restrinjan a la identidad. Si no, a través
de la desgracia misma, se testifica que lo que
cuenta son las identidades. Ahora bien, la idea
de que lo que cuenta, en una desgracia, es solo
la identidad de las víctimas, es una percepción
peligrosa del acontecimiento trágico mismo,
porque, inevitablemente, esta idea transforma
la justicia en venganza.
La tentación de la venganza es una pulsión
que parece natural, como es obvio, en este tipo
de crímenes masivos. La prueba de ello es que
en nuestros países, que se jactan siempre de
su Estado de derecho y que rechazan la pena
de muerte, la policía, en el tipo de circunstancias
que conocemos, mata a los asesinos desde
el momento en que los encuentra, sin –cabe
decirlo– otra forma de proceso, y que nadie,
al parecer, se siente chocado por ello. Pero es
preciso recordar que la venganza, lejos de ser
una acción justa, abre siempre un ciclo de atrocidades.
En las grandes tragedias griegas, hace
mucho tiempo, oponían la lógica de la justicia a
la lógica de la venganza. La universalidad de la
justicia es lo opuesto a las venganzas familiares,
provinciales, nacionales, identitarias. Ese es el
tema fundamental de La Orestíada, de Esquilo.
El motivo identitario de la tragedia conlleva el
peligro de concebir la búsqueda de los asesinos
como una pura y simple persecución vengadora:
“Vamos a matar, a nuestra vez, a aquellos
que mataron”. Tal vez haya algo de inevitable
en el deseo de matar a aquellos que mataron.
Pero no hay, por cierto, ninguna razón para
alegrarse de ello, proclamarlo, o cantarlo como
una victoria del pensamiento, del espíritu, de la
civilización y de la justicia. La venganza es un
factor primitivo, abyecto, y peligroso por añadidura:
es eso lo que nos enseñaron los griegos
hace ya tanto tiempo.
Desde ese punto de vista, cabe inquietarse
también por ciertas cosas que fueron saludadas
como evidencias. Por ejemplo: la declaración de
Obama.
La declaración no tenía nada de especial.
Equivalía a decir que este crimen terrible
no era solo un crimen contra Francia, un crimen
contra París, sino también un crimen contra la
humanidad. Muy bien, muy justo. Pero el presidente
Obama no declara eso cada vez que hay un
asesinato masivo de este tipo, no lo hace cuando
las cosas suceden en lugares más lejanos, en
un Irak que se ha vuelto incomprensible, en un
Pakistán brumoso, en una Nigeria fanática o en
un Congo que está en el corazón de las tinieblas.
Y, por ende, el enunciado contiene la idea, que
se supone evidente, de que esta humanidad lastimada
reside más bien en Francia, y sin duda
“Libertad, igualdad, fraternidad no son solo valores del pueblo
francés, sino también valores que nosotros compartimos”.
también en los Estados Unidos, que en Nigeria
o en India, en Irak, en Pakistán o en el Congo.
En verdad, Obama quiere recordarnos que,
para él, la humanidad es identificable ante todo
con nuestro viejo Occidente. Que se pueda decir
“humanidad = Occidente” no es nada extraño: lo
oímos, como una base continua, en muchas declaraciones,
oficiales o periodísticas. Una de las
formas de esta inaceptable presunción identitaria
–sobre la cual volveré– es la oposición entre
bárbaros y civilizados. Lo cierto es que es escandaloso,
desde el punto de vista de la justicia más
elemental, dejar entender, incluso sin quererlo,
incluso indirectamente, que hay partes de la humanidad
que son más humanas que otras, y me
temo que, en este asunto, es eso lo que se ha hecho
y lo que se sigue haciendo.
Pienso que hay que romper con la costumbre
tan presente, inclusive en la manera en que las
cosas se cuentan, se presentan, se disponen o, por
el contrario, se callan o se borran, sí, hay que perder
la costumbre, casi inscripta en el inconsciente,
de pensar que un muerto occidental es algo terrible
y que mil muertos en África, en Asia o en Medio
Oriente, o hasta incluso en Rusia, no son, al fin y al
cabo, gran cosa. Esa es, en definitiva, la herencia
del imperialismo colonial, la herencia de lo que
llamamos Occidente, a saber, los países avanzados,
civilizados, democráticos: esta costumbre
de verse uno mismo como el que representa a
la humanidad entera y a la civilización humana
en tanto tal. Ese es el segundo peligro que nos
acecha si reaccionamos solo sobre la base de
nuestros afectos.
Y hay, luego, un tercer peligro, que es el de
hacer ni más ni menos que lo que los asesinos
desean, esto es, obtener un efecto desmesurado,
ocupar la escena interminablemente de manera
anárquica y violenta, y crear en el entorno de las
víctimas, al fin y al cabo, una pasión tal que ya
no se pueda, a la larga, distinguir entre aquellos
que iniciaron el crimen y aquellos que lo sufrieron.
Porque la meta de este tipo de carnicería,
de este tipo de violencia abyecta, es la de suscitar
en las víctimas, en sus familias, sus vecinos y
compatriotas, una suerte de sujeto oscuro –así
lo llamo–, un sujeto oscuro deprimido y, a la vez,
vengador, que se constituye en razón del carácter
de impresión violenta y casi inexplicable del
crimen, pero que también es homogéneo a la
estrategia de sus comanditarios. Esta estrategia
anticipa los efectos del sujeto oscuro: la razón va
a desaparecer, incluso la razón política; el afecto
va a prevalecer y se propagará así por todas
partes la pareja de la depresión abatida –“estoy
alelado”, “estoy chocado”– y del espíritu de venganza,
pareja que va a dejar hacer al Estado y a
los vengadores oficiales cualquier cosa. Así, en
conformidad con los deseos de los criminales,
ese sujeto oscuro se revelará, a su vez, como
capaz de lo peor, y deberá ser reconocido por
todos, a la larga, como simétrico de los organizadores
del crimen.
Entonces, para prevenir estos tres riesgos,
pienso que hay que lograr pensar lo que ocurrió.
Partamos de un principio: nada de lo que hacen
los hombres es ininteligible. Decir “no comprendo”,
“no comprenderé nunca”, “no puedo comprender”,
es, siempre, una derrota. No hay que
dejar nada en el registro de lo impensable. La
vocación del pensamiento, si uno quiere poder,
entre otras cosas, oponerse a lo que se declara
impensable, es pensarlo. Desde luego, hay conductas
irracionales por completo, criminales,
patológicas, pero todo eso, para el pensamiento,
constituye objetos como los otros, que no
dejan al pensamiento en el abandono o en la
incapacidad de calibrarlos. La declaración de lo
impensable es siempre una derrota del pensamiento,
y la derrota del pensamiento es siempre
la victoria, precisamente, de los comportamientos
irracionales y criminales.
Voy a intentar entonces aquí una elucidación
integral de lo que ocurrió. Voy a tratar este
asesinato masivo, de algún modo, como uno de
los numerosos síntomas actuales de una enfermedad
grave del mundo contemporáneo, de
este mundo en toda en su extensión, y voy a
tratar de indicar las exigencias o los caminos
posibles de una curación a largo plazo de esta
enfermedad, uno de cuyos síntomas, particularmente
violento y espectacular, es la multiplicación
de los acontecimientos de este tipo
en el mundo.
Esta voluntad de elucidación integral va a comandar
el plan de mi exposición, su lógica.
Voy a intentar, primero, ir de la situación de
conjunto del mundo tal como la veo, tal como
creo que se la puede pensar en forma sintética,
a los crímenes masivos y a la guerra que, por el
lado del Estado, fue pronunciada o declarada. Y
luego voy a remontar, a partir de allí, por un movimiento
inverso, hacia la situación de conjunto,
no tal como es, sino tal como es necesario desear
que devenga, como se impone querer y actuar
para que semejantes síntomas desaparezcan.
En un primer tiempo, nuestro movimiento irá,
por lo tanto, de la generalidad de la situación del
mundo al acontecimiento que nos importa, luego
volveremos del acontecimiento que nos importa
a la situación del mundo tal como la habremos
esclarecido. Ese movimiento de ida y vuelta debería
permitirnos indicar cierto número de necesidades
y de tareas.
Comportará siete partes sucesivas. ¡O sea que
tienen para un buen rato!
La primera parte presentará la estructura
objetiva del mundo contemporáneo, el marco
general de lo que se produce, que se produjo
aquí, pero se produce en otras partes casi
todos los días. Es la estructura objetiva del
mundo contemporáneo tal como se estableció
desde los años ochenta del siglo pasado. ¿Qué
sucede con nuestro mundo, desde el punto
de vista de lo que se estableció así insidiosamente,
luego de forma evidente, después con
encarnizamiento, desde hace un poco más de
treinta años?
En segundo lugar, examinaré los efectos mayores
de esta estructura del mundo contemporáneo
en las poblaciones, en su diversidad, en su enmarañamiento
y en sus subjetividades.
Eso preparará mi tercer punto, que concierne
a las subjetividades críticas así creadas. Creo que
este mundo, en efecto, creó subjetividades singulares,
características del período y distinguiré
tres subjetividades típicas.
La cuarta parte, que va a acercarme al objeto
propio de esta exposición, tratará sobre lo que
llamaré las figuras contemporáneas del fascismo.
Como verán, pienso que los actores de lo
que sucedió aquí merecen ser llamados fascistas,
en un sentido renovado y contemporáneo
del término.
Habiendo llegado a este punto, comenzaré a
remontar en el otro sentido, hacia aquello que
debemos hacer para cambiar el mundo de tal
suerte que queden excluidos de él semejantes
síntomas criminales. Mi quinta parte estará consagrada
entonces al acontecimiento mismo, en
sus diferentes componentes. ¿Quiénes son los
asesinos? ¿Quiénes son los agentes de este crimen
masivo? ¿Y cómo calificar su acción?
En sexto lugar, tendremos la reacción del Estado
y el moldeado de la opinión pública en torno a
las dos palabras “Francia” y “guerra”.
La séptima parte estará dedicada por entero a
la tentativa de construir un pensamiento diferente,
es decir, de sustraerse a ese moldeado de la opinión
pública y a la orientación reactiva del Estado.
Se centrará en las condiciones, esclarecidas
por el conjunto del trayecto, de lo que llamaré un
retorno de la política, en el sentido de un retorno
de la política de emancipación, o de un retorno
de una política que rechaza toda inclusión en el
esquema del mundo del que habré partido".


Publicado en Le Monde Diplomatique edicion Cono Sur, aquí.

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