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"Olavarría, Argentina"



“Olavarría, Argentina” es una novela para leer en el teléfono celular. Publicamos aquí un capítulo cada viernes, para que lo puedas ir siguiendo sin mayor esfuerzo. Si ponés SEGUIR en el icono de la página, recibirás un correo electrónico con el capítulo de la semana.

Capítulos anteriores:

El capítulo de ésta semana (28/06  al   05/07 ):
Cuarta parte: Buenos Aires, Argentina.

Capítulo 16
Soria nunca desayuna en su departamento, aún antes de estar totalmente despierto enciende un 43/70, lo fuma en la cama, toma una ducha rápida, se viste, da cuenta de su segundo cigarrillo y, recién entonces, cruza la calle hasta el Bar de Roberto, donde desayuna todas las mañanas de su vida. Un café doble y una medialuna. Eso, y un tercer 43/70, son el combustible inicial para arrancar su día. A esa hora, las siete de la matina, el bar está desierto. El mostrador gastado, de madera, las sillas enclenques, las estanterías con botellas viejas, tapadas por el polvo y las telas de araña, no distraen la atención de Soria que lee los diarios.
Clarín no dice gran cosa: el Turco Menem asumió anticipadamente pero no logra frenar la inflación, su Ministro de Economía, Erman González ya lanzó el Plan Bonex, y los dineros de los plazos fijos se transformaron en bonos. La clase media putea, Menem tampoco parece dar pie con bola. Nada nuevo para Soria, que una vez que tomó el café y la medialuna, paga, saluda al mozo con el afecto de dos viejos conocidos y sale caminando por Bulnes, hacia la avenida Corrientes, a tomar el bondi.
En el bar no compran el diario para el que trabaja Soria, así que lo lee al llegar a la redacción, antes de meterse con los temas del día que su jefe le vomita ni bien lo ve. Soria llega, deja su saco en el perchero de la pared más cercana a su escritorio, el otoño de 1990 empezó pero aún el clima es cálido en Buenos Aires, mientras disfruta de la redacción todavía tranquila, hojea el diario. Lo mismo que Clarín y La Nación. Nada.
La inflación se come todo, hasta las noticias de los matutinos.
La teletipo vomita papel con cables de agencias internacionales, internet todavía no existe, la inmediatez depende de éstas especies de antiguas máquinas de escribir que imprimen en papel las noticias que alguien tipea del otro lado del mundo. La máxima tecnología para la década de los ’80 que está por irse.
El pibe que corta los télex apila los papeles con las noticias en distintas bandejas: policiales, política internacional, sociedad, economía, cultura, política nacional para luego entregarlas a los jefes de sección que, a su vez, los distribuyen entre los periodistas.
Valdez, el jefe de policiales, deja sobre el escritorio de Soria, al lado del cenicero de vidrio cubierto de colillas, un par de hojas de télex de la agencia española EFE. No dice nada, Soria con treinta años de redacciones de periódicos sobre sus espaldas no necesita indicaciones: acomoda la Léxicon 80, saca del segundo cajón del escritorio un par de hojas blancas tamaño oficio y coloca una de ellas en el carro de la máquina de escribir. Después, con la Léxicon lista para empezar a teclear, va en busca de un café. Recién al regresar se dispone a leer los papeles que dejó su jefe: el Cartel de Medellín asesinó al gobernador de Antioquia, un reporte sobre el joven chino que en el invierno de 1989 paralizó los tanques del ejército en la Plaza de Tiananmen, el descubrimiento de una red de tráfico de órganos en Costa Rica y la aparición de un cadáver en los Campos Elíseos de París. Nada que despierte su interés obsesivo en la primera lectura.
Entiende que algunos temas no corresponden a policiales, así que sin levantarse, hace correr su silla con rueditas hacia un escritorio cercano, donde trabaja Di Renzi, de internacionales, le deja el télex de la Plaza Tiananmen:
            -Este es tuyo –avisa a su colega.
Di Renzi lee el título, dice mecánicamente “gracias” y vuelve a concentrarse en su máquina de escribir, dejando el télex en su propia bandeja. La redacción no está aún en pleno movimiento, los de política nacional son los únicos bulliciosos con sus llamados telefónicos, pero el ritmo es cansino a esa hora de la mañana. Los ruidos de las voces se entremezclan con el traqueteo de las máquinas de escribir. Soria está habituado a ese arrullo de fondo. Ni lo escucha, mientras lee sobre el muerto descubierto ayer en París. Refrita el cable, escribe algo parecido pero con otras palabras para un recuadrito de la edición del diario de mañana. Lo mismo hace con el asesinato del gobernador de Antioquia, con menos de doscientas palabras describe el hecho, que también podría haber derivado a Internacionales, pero no quiso cargar de más a Di Renzi.
El tercero de los télex llama su atención: la policía costarricense detuvo a dos personas acusadas de tráfico de órganos. Un delito poco común, Soria no tiene recuerdos de algo así en otras oportunidades. Pero lo que más le atrae es que uno de los detenidos tuviera un documento argentino.
            -¿Viste esto? –le pregunta a Valdez, estirándole el papel-. Encontraron un documento argentino.
El jefe de policiales lee completo el télex: tampoco él había escuchado de casos de tráfico de órganos. Devuelve el papel a Soria con una indicación:
            -Fijate si encontrás algo más.
            -Dicen que es un mito, tal vez alguien en EFE compró carne podrida –desconfía Soria de la autenticidad de la noticia.
            -Seguramente –acepta Valdez- pero si tenés tiempo chequealo.
Sería injusto etiquetar a Soria como conservador en cuanto a sus posturas ideológicas, pero lo es en la forma en que desarrolla su profesión, un periodista de la vieja escuela. Escribe policiales pero detesta el amarillismo. Sabe que el tráfico de órganos es terreno fértil para la exageración y el verso, para el chamuyo que escandalice a señoras bien pensantes.
Está lleno de colegas más preocupados en títulos catástrofes que levanten las ventas que en chequear que sea verdad lo que las notas cuentan. Sopesa a quién llamar en Costa Rica para recibir una versión de primera mano confiable, veraz. Repasa las hojas de su ajada libreta de teléfonos: treinta años de profesión cargaron su agenda de nombres y teléfonos de periodistas de toda América. Junto a los apellidos, registrados en perfecto orden alfabético, aparece, entre paréntesis, el medio para el cual trabajan, o al menos para el que trabajaban en el momento del registro. Soria repasa los nombres escritos con biromes de distintos colores, con letras diferentes aunque todas propias. Algunos le son perfectos desconocidos, vacantes de recuerdos, totalmente olvidados. Otros, disparan en su memoria hechos, lugares, momentos compartidos.
En el anotador de hojas amarillo pálido donde registra datos aislados garabatea palabras sueltas para ayudar a su memoria. Las escribe una debajo de la otra, con un asterisco antes de la primera, sin explicaciones adicionales:
*forense
*policía federal
 *Giglio.
“Para empezar alcanza” piensa mirando la página amarillenta. Giglio es el apellido de un cronista de policiales de La Nación de Costa Rica, el diario más tradicional de ese país, intercambiaron datos por vía telefónica en varias ocasiones pero nunca se vieron la cara. Prende un cigarrillo, marca el teléfono y se recuesta en la silla a la espera de que alguien levante el tubo del otro lado. Es su primer llamado. Una secretaria sobreactúa la cortesía: “Diario La Nación, buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo?”. Soria dice secamente: “Giglio, de policiales”. “Le transfiero la llamada” responde la secretaria sin que la hosquedad de Soria melle su amabilidad a toda prueba.
            -Giglio –responde una voz de hombre, desde Costa Rica.
            -Soy Soria, de Argentina, ¿cómo estás? –saluda el argentino, Giglio como buen descendiente de tanos eleva el tono de su voz, locuaz, sorprendido de tener en el otro extremo de la línea a su colega argentino después de un par de años sin contacto. La charla deriva hacia los saludos de ocasión, Soria los saltea rápidamente, no le atraen demasiado las sociales:
            -Te quiero consultar por un tema.
            -El que tú quieras… -responde el otro.
            -Un cable de EFE habla de tráfico de órganos, un muerto y un documento argentino, ahí en tu ciudad, ¿qué se sabe?
            -Poco, no mucho más que lo que dice el cable, también lo leí, ¿tienes alguna duda en especial? –quiere saber el costarricense.
            -Las normales: quién es el muerto, cómo llegó hasta ahí –enumera Soria-, y la principal, si no es verso… nunca supe de un caso real de tráfico de órganos, siempre fueron chamuyos incomprobables los que me llegaron.
Soria escucha la respuesta de su colega, apaga la colilla del 43/70 en el cenicero de vidrio repleto, dibuja figuras abstractas en el anotador mientras sigue oyendo la voz de su colega en el teléfono. Giglio, comparte su desconfianza, tiene más dudas que certezas. Soria pide fotos: del cadáver, de sus señas particulares, del documento del muerto. Giglio se compromete a conseguirlas. Acuerdan en avanzar cada uno por su lado y luego compartir notas. Soria es una especie rara del periodismo: sabe laburar en equipo.
Al día siguiente ya tiene en sus manos las fotos del cadáver de Costa Rica. Giglio, diligente, las envió por correo aéreo, junto con una pequeña esquela: “El nombre está en el documento, te fotografié las primeras páginas, con sus datos. Nos hablamos”. Son siete fotos, en blanco y negro, de 11 por 14 centímetros. Dos de las fotografías retratan las cuatro primeras páginas del documento nacional de identidad hallado en un allanamiento, las cinco restantes muestran diferentes detalles del muerto.
Con una lupa Soria revisa las imágenes, el flash de la cámara le da un tono blancuzco al cuerpo, acostado sobre una mesada de morgue. Era un pibe joven, “no llega a veinte” piensa Soria antes de ver la foto del documento que dice la fecha de nacimiento: 1970, diecinueve años. Mueve la lupa revisando minuciosamente la fotografía, mira palmo a palmo, en busca de cualquier detalle. El dato interesante está a unos diez centímetros a la izquierda del ombligo, donde se observa un corte, profundo. La segunda foto muestra en primer plano esa cavidad interior. La tercera está dedicada a ambas piernas, en las que no se observan signos particulares: ni marcas, ni cicatrices, ni manchas en la piel que permitan identificar el cuerpo. En la cuarta fotografía se observa el cadáver de espalda, en tanto que la última es un primerísimo primer plano de ese rostro blanco, apagado, sin vida.
_____________ 
El Capítulo 17 lo publicaremos el viernes 5 de julio. Si querés recibirlo por correo electrónico, agregá tu mail en “SEGUIR”. Los anteriores capítulos los encontrás acá.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy interesante la introducción ya dan ganas de seguir leyendo gracias Pablo
Claudia ha dicho que…
Ya espero ansiosa lo q sigue!!! Habiendo leído textos tuyos, no dudó sobre la calidad y la belleza del relato. Me suscribo!
Claudia ha dicho que…
Ya espero ansiosa lo q sigue!!! Habiendo leído textos tuyos, no dudó sobre la calidad y la belleza del relato. Me suscribo!
Pablo Torres ha dicho que…
Gracias por vuestras opiniones, un abrazo

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