Lecturas.
Publicado en Revista Gatopardo.
Rafael Correa sonríe. Está de pie junto al papa Francisco, y en el rostro se le dibujan todas las muecas posibles de satisfacción. El viento quiteño, en el aeropuerto de Tababela, ha desprendido el solideo de la cabeza del pontífice apenas puso un pie fuera del Airbus 330-200 que lo trajo desde Italia. Es 5 de julio de 2015 y al presidente del Ecuador se le ha cumplido el milagro. Luego de casi un mes continuo de manifestaciones en su contra, las más prolongadas desde que asumió el poder en enero de 2007, la visita oficial del Papa ha amainado los exacerbados ánimos callejeros, extendidos a varias provincias del país.
—Santo Padre, en lo personal, jamás acabaré de darle gracias a Dios y a
la vida por todos los privilegios que me ha dado. Entre ellos, poder conocerlo
y recibirlo en mi patria —le dice Correa al Papa.
Un mes antes, en junio de 2015, el frío arreciaba en Quito. Era junio de un falso verano, a 2,500 metros sobre el nivel del mar. Una convocatoria, mayormente virtual, había hecho que una gran cantidad de gente se reuniera en la Tribuna de los Shyris, refugio del malestar ciudadano, sobre todo de la clase media quiteña. Policías con trajes especiales y escudos con leyendas como “Soy Policía y Hermano también”, formaban un muro de cuerpos para evitar los enfrentamientos entre las banderas verdes de los defensores de Correa y las banderas negras de sus opositores. Los de “luto”, como se les llama, protestaban en contra de las salvaguardias arancelarias para ciertas importaciones aprobadas en marzo de ese año; de los proyectos de ley que el gobierno central había enviado a la Asamblea Nacional para incrementar los impuestos a la herencia, a la plusvalía, y de un veto a la Ley Orgánica de Régimen Especial de la Provincia de Galápagos, que ajusta los salarios de ese territorio con base en el índice del precio al consumidor.
“Es una protesta de acomodados, de ‘pelucones’ (personas con mucho
dinero), de gente sin conciencia de clase que se queja por medidas que no
afectan derechos ni servicios básicos”, decían quienes ven a Correa como el
hombre que, además de transformar la infraestructura vial, hospitalaria,
educativa y productiva del país, les devolvió la dignidad. “No es sólo una
protesta coyuntural, es el resultado del hartazgo, de la prepotencia, del irresponsable
e innecesario gasto del gobierno”, decían quienes acusan a Correa de machista,
autoritario, censor de la prensa, criminalizador de la lucha social y
destructor de los pueblos y de la naturaleza.
El enfrentamiento entre ambos sectores se extendió más allá de junio. El
13 de agosto de 2015, el Frente Unitario de Trabajadores y la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador convocaron a un paro nacional para
oponerse a las enmiendas constitucionales impulsadas por la Revolución ciudadana
(como se autonombró el proyecto político de Rafael Correa) que implicaban
cambios en la Carta Magna. Entre los puntos más controversiales de las
enmiendas (15 en total y aprobadas por la mayoría de la Asamblea Nacional a
finales de ese año) se definía a la comunicación como un “servicio público que
se prestará a través de medios públicos, privados y comunitarios”, y se decía
que “las autoridades de elección popular podrán postularse para reelegirse,
entre ellos el presidente de la República”. En este último punto se incluyó una
disposición transitoria que establecía que la reelección entraría en vigencia
desde el 24 de mayo de 2017, bloqueando la posibilidad de que el actual
mandatario pudiera postularse de nuevo.
Pero a Correa, vestido con un terno azul con su usual camisa otavaleña
blanca bordada de detalles precolombinos, la tarde de julio en que recibe al
Papa no se le agota el gozo. Ni el frío, ni el viento, ni el eco de las
protestas del último mes le desinflan el pecho orgulloso. “Le agradezco, señor
presidente, sus palabras. Le agradezco su consonancia con mi pensamiento, me ha
citado demasiado. Gracias, a las que correspondo con mis mejores deseos para el
ejercicio de su misión: que pueda lograr lo que quiere para el bien de su
pueblo”, le responde el Papa.
Apenas un día antes, en el programa
televisivo y radial Enlace ciudadano 431,
el espacio semanal que el gobierno inauguró en 2007 y que es conducido por el
presidente durante las cuatro horas que dura la transmisión, el rostro de
Rafael Correa se veía tenso, y sus ojos de color verde claro, furiosos.
“Ustedes saben la situación política del país. Tenemos un inmenso apoyo
nacional, un reconocimiento importante internacional. Aquí van a mandar las
mayorías, no unos cuantos”, decía, mientras elevaba su voz ronca con un débil
dejo costeño. Y enfatizaba: “Sencillamente somos más, muchísimos más y les
gritaremos: ‘Fuera, golpistas, fuera’ ”. Después, pidió una canción de
Inti-Illimani, Por ti vamos a vencer, y la coreó
con el puño izquierdo alzado mientras sus ojos desaparecían por el gesto de su
boca, ampliada en una enorme sonrisa.
Rafael Correa terminará su mandato en el primer semestre del 2017 luego
de haber sido presidente de Ecuador a lo largo de diez años y tras tres
elecciones (2006, 2009 y 2013), las dos últimas ganadas en primera vuelta y con
alto respaldo popular. Pero hoy siente el desgaste de su credibilidad,
agudizado por una sostenida desaceleración económica (que, según él,
“académicamente” no puede llamarse crisis), y por una falta de confianza en las
instituciones del Estado (sobre todo después de que, en diciembre de 2015, la
Asamblea Nacional modificara una vez más la Constitución que estaba hecha para
durar por “más de 100 años”, como dijo el bloque oficialista cuando la concibió
en 2008).
Primer mandatario de un país que depende en gran parte de la explotación
de recursos fósiles y con el precio del petróleo a la baja —entre los 20 y 50
dólares en lo que va del año—, en medio de una de las peores crisis
humanitarias de los últimos 40 años tras un terremoto de 7.8 grados en la
escala de Richter que devastó varias zonas costeras del país el pasado 16 de
abril y que dejó 670 muertos, 6 desaparecidos y 9,002 personas en albergues y
refugios (aunque las cifras cambian y se actualizan todos los días desde
entonces), Correa, que solía mostrarse seguro de que con mucha “creatividad”
superaría los aprietos económicos, ahora aparece en cadena nacional con rostro
severo para decir: “Así como son grandes las tragedias, más grande es el
espíritu ecuatoriano”.
* * *
Su mujer, Norma Delgado, de estatura pequeña y piel cobriza, estudió
hasta el quinto año de colegio, y es descendiente del expresidente, general y
líder de la Revolución liberal Eloy Alfaro Delgado, tío abuelo de su padre,
Simón Valentín Delgado Cepeda. Aunque ella nunca incursionó en la política y se
dedicó a trabajar (fue desde secretaria hasta dependienta de un supermercado
para llevar adelante el hogar luego del divorcio), su hijo, cuando llegara a
presidente, tomaría como emblema de su mandato la figura de Alfaro, quien fue
arrastrado el 28 de enero de 1912 desde el penal García Moreno hasta el parque
El Ejido, en Quito, para ser quemado vivo públicamente. —¡Prohibido olvidar!
¡¿Quiénes fueron los enemigos de la Revolución liberal, quiénes fueron los
enemigos de Alfaro, quiénes fueron los cómplices, incluso autores, de ese
magnicidio, de la Hoguera Bárbara, del cruel, del cobarde asesinato?! Fue una
prensa corrupta que escribía editoriales malintencionadas, manipuladores, incitadores
a la violencia. Nos honra que la Revolución ciudadana tenga los mismos enemigos
que tuvo la Revolución liberal —dijo Correa en un discurso de 2011, cuando
entregó una espada del general al mausoleo de Ciudad Alfaro, en Montecristi,
Manabí.
La línea paterna de la familia había manejado una de las haciendas más
importantes de arroz en la provincia de Los Ríos. Habían sido respetados
comerciantes de la costa ecuatoriana, pero la hacienda quebró, y el padre de
Rafael Correa —que se llamaba Rafael como, a su vez, se llamaba su propio
padre— sólo heredó problemas económicos.
—Mi papá y sus hermanos vivieron en una extrema pobreza, eso hizo que él
sea rebelde, que resienta su relación con mi abuelo Rafael —recordaba Fabricio
Correa, el hermano mayor de Rafael Correa, en una entrevista para cnn, en
diciembre de 2010—. Mi papá también se llamaba Rafael y (…) desafiaba la
autoridad, por lo que decidió que a mí no me iba a llamar así, para romper con
esa tradición de los ‘rafaeles’ dentro de la familia.
Fabricio Correa es ingeniero,
empresario, dueño de varias compañías constructoras, inmobiliarias y de
servicios, y parece una versión canosa de su hermano Rafael. En aquella
entrevista con la cnn decía, con tono de predicador: “Mi abuelo era un hombre
soñador que quería salvar la patria como la queremos salvar hoy y se dedicó a
desarrollar coloquios intelectuales; hasta terminó haciendo un libro que se
llamó República y solución, del cual yo tengo los
manuscritos (…) Rafael es idéntico en comportamiento a mi papá y a mi abuelo,
hasta tienen las firmas similares”.
Cuando estaba a punto de nacer quien sería el futuro presidente de
Ecuador, su abuelo —Rafael— le rogó a Norma Delgado, su nuera, que si el niño
era “machito” le pusiera su nombre para no perder el linaje. Norma estuvo de
acuerdo, y así sucedió: el niño fue bautizado Rafael Vicente. La familia vivía
en un departamento arrendado de construcción mixta, en el que las paredes
internas de madera con varengas no llegaban hasta el techo, en el centro de la
ciudad de Guayaquil, en la esquina de las calles Tomás Martínez y Baquerizo
Moreno, justo frente al colegio católico San José La Salle, donde Correa
estudió la escuela primaria y la secundaria. “Veinte años viví en el mismo
barrio, en unas cuantas cuadras se centraba mi vida: casa, estudios y amigos,
lo más importante”, suele repetir.
De niño, ‘Rafico’, como lo conocían en el barrio, usaba pantalones
cortos, lentes de pasta gruesa, y peinaba hacia la derecha el cabello negro y
frondoso. Con el tiempo la visión mejoró sola, hasta que en la adolescencia
dejó de usar lentes, casi como un gesto hormonal de consideración con su madre,
quien tenía que comprarle, con el poco dinero que tenía, los anteojos que él
perdía a cada momento cuando salía de casa.
—Ellos vivían en el segundo piso, nosotros justo abajo. Rafael era un
buen amigo y vecino. Yo era conserje del colegio donde estudiaba y, de vez en
cuando, él llegaba atrasado y lo hacía entrar por otro lado —dice Ovidio
Rodríguez con la barba salpicada de sudor.
Ovidio Rodríguez tiene más de 70 años, la piel curtida y es dueño de un
pequeño negocio que funciona como abacería, bazar y vivienda, y que aún está
debajo de donde vivía Rafael Correa.
—No le gustaba mucho salir a fiestas, aunque era bien inquieto y jugaba
con su gallada del barrio. Él era el más recatado de sus hermanos. Pasaba más
tiempo en casa con su mamá, era su mimado. Poco traté con su papá. Él los venía
a ver los fines de semana y los sacaba a pasear en una camioneta Ford vieja. A
veces iban todos, más que nada los varones.
De las paredes de su tienda cuelgan imágenes de su vecino, ahora
presidente, y una bandera verde de Alianza País, el movimiento político que
fundó Correa y con el que ganó las elecciones en 2006.
—Rafael es un buen hombre, a los más chicos siempre los defendía.
Gloria Andrade, esposa de Rodríguez, piensa lo mismo pero prefiere no
hablar. Se mantiene al margen, sentada a horcajadas en una silla de plástico, y
luce molesta. Está cansada de que le pregunten sobre Correa y sólo atina a afirmar
con la cabeza cada vez que Ovidio abre la boca. Lo único que dice viene bajo la
forma de una advertencia:
—Sólo sepa que Rafael es un hombre a quien lo juzgan y atacan mucho
porque no lo conocen. Él siempre se preocupó del resto.
Ovidio y Gloria recuerdan a Correa como un niño hacendoso. Lo veían
cruzar de lunes a viernes la Tomás Martínez, esa agrietada calle que separaba
su casa del que fue su colegio durante 12 años, cuya fachada se asemeja más a
la entrada de una iglesia que a un centro educativo. Los sábados la rutina
cambiaba, y él y sus hermanos se sentaban en el banco que estaba frente a la
tienda de sus vecinos a esperar que su padre, que ya estaba divorciado de su
madre, los pasara a buscar.
Más que un paseo de fin de semana, esas salidas con el padre implicaban
un reconocimiento a fondo del territorio de la ciudad de Guayaquil: remaban en
el Estero Salado, sacaban ostiones debajo del puente 5 de junio, pescaban
jaibas en las Esclusas, recorrían el cementerio donde visitaban la tumba del
abuelo paterno y las esculturas de mármol de carrara, trepaban el cerro del
Carmen para recolectar ciruelas de los árboles, cruzaban el río Guayas en las
lanchas del antiguo ferrocarril. Y así, la infancia.
“Nos llevábamos muy bien (con mi
exmarido), nunca prohibí que fuera a la casa a ver a sus hijos. A pesar del
divorcio existió una buena comunicación. Él podía ir a la hora que fuera; yo
llegaba del trabajo y a veces lo encontraba almorzando con sus hijos, que era
lo que yo quería: que si no estaba, pues, que comiera él con ellos… y así era”,
contaba Norma Delgado en una entrevista de 2012 para la revista Encontexto.
“Mi papito no era muy estable, era de
carreras cortas. Tenía la tendencia a desafiar la ley. Parecido el temperamento
al de mi hermano”, decía Fabricio Correa en una nota de El Comercio de junio de 2010.
“Tuve una niñez muy dura. Cuando
tenía cinco años, mi padre, un desempleado, llevó droga a Estados Unidos y cayó
preso. Él fue víctima del sistema, no era un delincuente, fue un desempleado
que desesperadamente buscó alimentos”, dijo Rafael Correa en abril de 2007 en
una emisión de su programa Enlace ciudadano.
El padre del presidente se casó una vez más, con Azucena Calvache, y en
1995, en Guayaquil, se quitó la vida. Hay dos versiones: una, que dice que se
habría ahorcado; otra, que dice que se pegó un tiro. En todo caso, sus hijos
siempre han preferido callar sobre eso.
* * *
Norma Delgado fue, durante la infancia del presidente, la persona al
frente de la casa. Luego del divorcio, trabajó preparando comida por encargo y
en la cadena de supermercados Mi Comisariato por 15 años. Otras dos mujeres
(Mercedes Hurtado Quiñónez “Meche” y Beatriz Sánchez Sotelo “Betina”) cuidaban,
entre el día y la tarde, a sus hijos todavía pequeños. Católica ferviente y convencida,
en los intersticios de su jornada laboral Norma Delgado solía rezar el rosario
de María Auxiliadora. También tomaba clases de religión para interpretar la
Biblia. Participaba, y participa hasta hoy, en congregaciones católicas como la
del Señor de la Misericordia, donde conoció y se hizo devota de Sor Faustina,
la primera santa que vio al Jesús de la Misericordia que, en una revelación, le
dijo: “Ningún pecado, aunque sea un abismo de corrupción, agotará mi
misericordia”. Cuando Rafael Correa ingresó a la universidad, en 1971, Norma
partió hacia los Estados Unidos para cuidar de sus padres, quienes vivían allí
desde hace más de 20 años.
—Rafael siempre fue molestoso, cargoso y con Fabricio tenía más toques
(roces) —dice Pierina, hermana del presidente, arquitecta y actual presidenta
de la Federación Deportiva del Guayas—. Cuando Rafael ingresó a los Boy Scouts,
Fabricio también se metió para hacerle la vida de a cuadritos. En cambio,
conmigo las discusiones iban por otro lado. Rafael era jalisco y siempre quería
ganar. Yo le decía ‘no, no tienes la razón’, y él decía que ‘sí, sí la tengo’,
y yo ‘que no, no la tienes, Rafico’, y el otro que ‘sí, que eres boba’, y yo
‘lo que tú quieras, pero no es así’. Rafael es impetuoso, vehemente. Es dos
años menor que yo, pero parece mayor por diez.
Pierina Correa es la que más se parece a su madre. Usa lentes, tiene la
piel morena y rugosa alrededor de los ojos. Lleva el pelo, ligeramente canoso,
recogido con una cola de caballo y habla con parsimonia, como si narrara un
cuento para niños mientras la intensa lluvia de Guayaquil arremete contra las
ventanas de su oficina en la Federación Deportiva. Eleva y endurece su índice
derecho para recalcar cada recuerdo feliz. La penuria económica en el hogar era
tanta que, a los 7 años, Pierina fue enviada a los Estados Unidos para vivir
con sus abuelos maternos, pero cuando cumplió 10 regresó a Guayaquil.
—Nos inventábamos formas para divertirnos. Apagábamos todas las luces de
la casa, prendíamos unas linternas y hacíamos como que estábamos en una
discoteca. Jugábamos al ñoco (canicas) aprovechando las hendiduras de las
tablas de nuestra casa carcomida por los años y también nos trepábamos como
gatos por toda la parte superior de las paredes, a tal punto que un día mi hermana
menor, Bernardita, se cayó, se mordió la lengua y se fue en hemorragia.
Envuelta en sábanas corrimos a la clínica de Guayaquil que estaba a cuadra y
media de la casa y la salvaron, pues luego me enteré que en el quirófano sufrió
un paro respiratorio. Años después murió ahogada —recuerda Pierina mientras su
dedo índice contornea una taza roja de café que ha dejado intacta—. Cuando le
sacas el tema de Bernardita a Rafael siempre se quiebra, era con la que más se
llevaba, por la edad.
“Rafiquito casi se bota por la
ventana de la desesperación, pero sus amigos, entre ellos Panchito Latorre, lo
cogieron”, dice en una nota del diario Extra de 2011
Mercedes Hurtado, una de sus nanas, quien recuerda con pocos detalles, como el
resto de la familia, la muerte de Bernarda. Dos años después del fallecimiento
de Bernardita, Mercedes perdió una hija, de la misma edad que tenía la hermana
de Rafael al morir. Como no tenía dinero para enterrarla “Rafael sacó sus
ahorros y pidió ayuda a sus amigos para que pudiera sepultar a mi hija. Eso lo
hizo cuando tenía 16 años. Desde niño se condolía de la gente más necesitada”.
* * *
En el colegio “cualquier diferencia
la resolvíamos a golpes. Era un tiempo en que se peleaba por honor y punto. Ahí
terminaba todo. Rafael es un hombre fuerte. Dios nos envió un hombre duro y no
a un ser débil”, recuerda, en una entrevista de abril de 2011 para el
diario El Telégrafo, Pancho Latorre, amigo íntimo y
compañero de infancia del presidente, su actual asesor, y quien lo protegió
cuando, 6 años atrás, casi lo matan.
El 30 de septiembre de 2010, Ecuador amaneció con una insubordinación
policial en contra de la aprobación de la Ley de Servicio Público que, según
los manifestantes, les restaba beneficios porque la normativa eliminaba
bonificaciones, comisiones y estímulos económicos por el cumplimiento de sus
años de servicio. Los policías cerraron el Aeropuerto Mariscal Sucre,
bloquearon carreteras y tomaron, entre otros, el Regimiento Núm. 1 de la
Policía Nacional de Quito. Correa acudió a las 09:25 a ese sitio para apaciguar
el malestar, pero terminó retenido en el Hospital de la Policía, ubicado dentro
del regimiento. “¡Si quieren matar al presidente, aquí está. Mátenlo si les da
la gana, mátenlo si tienen poder, mátenlo si tienen valor, en vez de estar en
la muchedumbre cobardemente escondidos!”, gritó en la mañana desde el segundo
piso de una oficina del regimiento, en medio de silbidos e insultos, mientras
se arrancaba la corbata rompiendo los botones superiores de la camisa y su puño
rebotaba contra el pecho, contra el aire, varias veces. A las 21:30, luego de
permanecer retenido durante todo el día y tras un operativo de rescate en medio
de una intensa balacera en la que participó Pancho Latorre junto a miembros del
gir (Grupo de Intervención y Rescate) y del goe (Grupo de Operaciones
Especiales), Rafael Correa apareció en el balcón del Palacio de Carondelet, el
palacio presidencial, lamentando la muerte de quienes habían caído durante la
jornada y bautizando el 30 de septiembre como el “30S, el día en que triunfó la
democracia de un intento de golpe de Estado”.
—El 30S marcó un punto de inflexión en él, en su discurso, en su forma
de concebirse a sí mismo. Se puso en el borde todo y creo que ahí él termina de
creerse el mesiánico, el principio y fin de todo. Ese día está listo para el
martirio y se lo cree —dice María Paula Romo, abogada, feminista, una de las
fundadoras del grupo político Ruptura de los 25, exasambleísta por Alianza País
y actual opositora al régimen.
Pierina cuenta algo que muestra a su hermano como un sujeto que, desde
la juventud, no reparaba en peligros.
—Vivíamos en una zona que no era considerada roja pero en la que sí
habían esos pilluelos que te arranchaban las cosas. Rafael en más de una
ocasión se vio en problemas porque cuando veía que alguno de estos ladronzuelos
le estaba robando a alguien le pegaba un grito y quería intervenir. En más de
una ocasión los ladrones lo seguían corriendo hasta la casa y Rafael alcanzaba
a cerrar la puerta del zaguán en la punta del puñal.
”Siempre se destacó por ser humilde y batallador. Humilde con los
humildes y batallador con aquellos que querían imponerse sin razón. Es un líder
desde que era un niño. Él no sólo soñaba con ser presidente, sino que se
preparó para serlo”, dice su amigo y asesor Pancho Latorre.
Ovidio Rodríguez, mirando hacia la entrada del colegio donde fue
conserje hace 40 años, dice que Correa era un sujeto al que le gustaba estar al
frente de todos los grupos, ya sea dirigiendo las discusiones u organizando
paseos a los cerros y a las playas aledañas. No fumaba ni bebía y su primer
trabajo fue a los 16 años como profesor de matemáticas. En contraste con esa
rutina de monasterio, le gustaba cantar, pasar por fuera del colegio de mujeres
María Auxiliadora para coquetear con las alumnas. Además, vivía expulsado de
clases por mala conducta. “Era por chiquilladas, no por cuestiones realmente
graves”, suele remarcar Correa, quien desde joven prefiere leer cuentos, “por
eficiencia”, que novelas, pues usualmente están llenas de “parafernalias”,
aunque hay excepciones. Uno de sus autores de cabecera es el enciclopedista e
historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo González, quien escribió las más
extensas biografías de Antonio José de Sucre y de Simón Bolívar, dos de sus
referentes latinoamericanos.
Sus compañeros de aula recuerdan que solía jugar a ser presidente en los
patios del colegio y asignaba ministerios a sus amigos más cercanos. Esa
ficción de liderazgo no se quedaba en la fantasía: fue presidente cultural de
la comunidad lasallana y boy scout durante 20 años —desde que tenía 7— de los
grupos 14 San José La Salle y 17 Cristóbal Colón, grupo del cual, además, fue
fundador. En ese periodo Correa no sólo afianzó su formación católica dando
clases de catequesis, orientando equipos juveniles de scouts y participando en
misiones evangelizadoras, como la de 1980, convocada por el arzobispo
Bernardino Echeverría en el Guasmo —una zona extramuros de Guayaquil—, sino que
se preparó para estudiar economía, una carrera que sentía útil para sus fines
de reivindicación social.
El 12 agosto de 2010, ya presidente, pernoctó con cerca de mil jóvenes
boy scouts de Colombia, Brasil, Chile, Ecuador, España, Estados Unidos y Panamá
en el parque Itchimbía, en Quito. Las tropas prepararon pinchos de embutidos y
pimientos, cantaron canciones de Víctor Heredia, Mocedades y Joan Manuel
Serrat, y rezaron por los compañeros scouts fallecidos. A las 3 de la madrugada
todos se fueron a dormir para levantarse temprano e ir a misa. “Recuérdenme
siempre en sus oraciones de novatos, de scouts, de caminantes, para que pueda
de la mejor manera cumplir la inmensa misión que me dio el pueblo ecuatoriano y
dejar a nuestro país un poco mejor de lo que lo recibí”, les dijo Correa al
despedirse.
* * *
Es 2005 y en las afueras del Ministerio de Finanzas y Economía, en la avenida 10 de agosto de Quito, una conductora de un programa televisivo de farándula tiene un retrato de un hombre sonriente, con leves líneas de expresión alrededor de los ojos. Pregunta a los transeúntes si conocen al sujeto de la foto: es un funcionario público que acaba de dejar su cargo. La mayor parte duda antes de responder tajantemente que no. Hasta que una mujer se aventura y sonrojada dice: “Es Superman”. De inmediato, en la pantalla aparece una imagen de Rafael Correa —el funcionario en cuestión— junto a otra de Christopher Reeve.
Es 2005 y en las afueras del Ministerio de Finanzas y Economía, en la avenida 10 de agosto de Quito, una conductora de un programa televisivo de farándula tiene un retrato de un hombre sonriente, con leves líneas de expresión alrededor de los ojos. Pregunta a los transeúntes si conocen al sujeto de la foto: es un funcionario público que acaba de dejar su cargo. La mayor parte duda antes de responder tajantemente que no. Hasta que una mujer se aventura y sonrojada dice: “Es Superman”. De inmediato, en la pantalla aparece una imagen de Rafael Correa —el funcionario en cuestión— junto a otra de Christopher Reeve.
Un año antes de ser presidente del Ecuador, Correa fue ministro de Economía
del gobierno de Alfredo Palacio. Lo fue durante tres meses, y la gente apenas
lo ubicaba dentro del mapa político. Es que durante dos décadas Correa se había
mantenido al margen de la política y se había dedicado a dar clases de
economía.
Entre 1981 y 1987, cuando Correa entraba en la universidad, el Ecuador
apenas empezaba a saborear la democracia. El 10 de agosto de 1979, luego de 8
años de dictadura militar, Jaime Roldós Aguilera asumía la presidencia luego de
vencer en segunda vuelta, con el 68.49% de los votos, a Sixto Durán Ballén, y
se convertía en el presidente más joven de América Latina, con 39 años. Pero no
concluyó su mandato. El 24 de mayo de 1981 el avión en el que viajaba junto con
su esposa se estrelló en el Cerro de Huayrapungo. Aunque oficialmente se habló
de accidente aéreo, la familia de Roldós Aguilera habló siempre de magnicidio.
Pancho Latorre, el amigo de Correa,
recuerda en la entrevista de 2011 con El Telégrafo que,
cuando murió Roldós, Rafael Correa lo llamó a su casa y le dijo: “Pancho, el
país ha perdido a un hombre brillante. Tenemos que hacer algo para salvar a
este país”.
Mientras la democracia no terminaba
de constituirse en los proyectos políticos que le sucedieron a Roldós, Rafael
Correa estudió economía gracias a una beca en la Universidad Católica Santiago
de Guayaquil, donde fue presidente de la Asociación Escuela de Economía y de la
Federación de Estudiantes. En 1986 presidió la Federación de Estudiantes
Universitarios Particulares del Ecuador y, una vez graduado con una tesis
titulada Evaluación de los programas de apoyo al sector informal en
Guayaquil, se trasladó por un año a la sierra central para hacer un
voluntariado en la Misión de los padres salesianos en la parroquia Zumbahua, en
Cotopaxi. Allí tuvo su primer vínculo con las comunidades indígenas del
Ecuador, y aprendió a hablar quichua.
—Quienes quieren molestar, hacer daño, dicen que desde la universidad yo
le hacía la contra a Rafael —indica Pierina, que en 2013 fue candidata a
prefecta del Guayas por el movimiento de su hermano, Alianza País, al que
renunció “irrevocablemente” meses después de perder la contienda electoral—.
Los dos participamos por la presidencia de la Federación de Estudiantes, pero
en listas diferentes, y él triunfó. La gente que no me quiere al interior del
movimiento de Rafael dice que soy de derecha, pero más bien yo digo que soy
humanista. Me retiré de Alianza País, no del proyecto, porque es Rafael quien
lo lidera, y así será siempre.
Pierina no fue la única de la estirpe familiar que confrontó
electoralmente a Rafael Correa. Su hermano, Fabricio, se presentó en las
elecciones de febrero de 2013 como candidato opositor a la presidencia, y quedó
fuera de la contienda por no cumplir con el número de firmas de respaldo requeridas
por el Consejo Nacional Electoral. En la primera campaña electoral de Rafael
Correa, Fabricio lo había acompañado, asesorado y financiado, con la promesa de
que siempre lo protegería “porque eso hacen los hermanos mayores”. Sin embargo,
los hermanos Correa, como recuerda Fabricio en una entrevista de 2010 con la
agencia Efe, se vieron por última vez en junio de 2009, en un almuerzo junto a
los miembros del equipo de futbol guayaquileño Emelec, del cual ambos son
hinchas desde jóvenes. Luego, dijo, no volvieron a hablarse porque sintió que
su hermano le había ocultado los verdaderos rumbos de la Revolución ciudadana.
“Me engañaron, me sumé, yo lo puse de presidente. Recolecté fondos pensando que
era otro proyecto. Me ocultaron que era un proyecto ordenado, dirigido desde
Venezuela. Todos los componentes del buró político, con mentalidad comunista,
me consideraron hostil porque soy empresario (…) Nos montaron un sainete, ahora
todo el mundo se rebela (…) contra un modelo venezolano que nadie quiere en Ecuador.
Se quiere montar un modelo totalitario”, dijo Fabricio en ese diálogo con Efe,
desde Miami, ciudad a la que había acudido por cuestiones de negocios de su
empresa constructora.
Sin embargo, se dice que la verdadera
razón del resquebrajamiento familiar tiene que ver con el hecho de que, en
2009, el presidente ordenó que se cancelaran todos los contratos establecidos
entre el Estado y las empresas de su hermano, y exigió a la Contraloría General
que los investigara. El pedido sobrevino tras la publicación de una
investigación periodística del diario Expreso, que
revelaba que tres empresas de propiedad de su hermano, y dos consorcios en los
que Fabricio Correa participaba, habían obtenido millonarios contratos en el
sector público desde que Rafael había iniciado su gestión como presidente. “Más
allá de saber las empresas que tiene mi hermano, lo importante es saber si hubo
o no perjuicio para el Estado ecuatoriano”, señaló Rafael Correa durante la
posesión del ministro de Transporte y Obras Públicas de ese entonces, Xavier
Casal, y sentenció que pondría sanciones si algún funcionario de su gobierno
actuaba “con favoritismo” en la adjudicación de los contratos. Un año después,
en 2010, aparecía el libro El Gran Hermano, de
los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, en el que hacían una
pesquisa detallada de los contratos de Fabricio Correa. En el prefacio de la
obra, Zurita y Calderón decían que “la Contraloría General del Estado determinó
que las empresas de Fabricio Correa participaron en contratos con el Estado,
que llegaban a ciento sesenta y siete millones de dólares, el doble de lo
denunciado”. Rafael Correa demandó civilmente a los autores de ese trabajo,
acusándolos de haberle provocado daño moral puesto que sostenían que él conocía
los contratos que su hermano mantenía con el Estado, cuando según el primer
mandatario eso no era cierto.
Los periodistas fueron condenados a
pagar un millón de dólares cada uno, más gastos por abogados. Pero el proceso
fue archivado por la Segunda Sala Civil de la Corte de Pichincha luego de que
Correa los perdonara públicamente, junto a los directivos del diario El Universo, Carlos, César y Nicolás Pérez, y su
exeditor de Opinión, Emilio Palacio, quienes por su parte habían sido
sentenciados a tres años de prisión y al pago de 40 millones de dólares bajo el
cargo de injurias calumniosas en marzo de 2011, por el artículo de opinión “No
a las mentiras”, en el que Palacio escribió, refiriéndose a los sucesos del
30S: “El Dictador debería recordar, por último, y esto es muy importante, que
con el indulto, en el futuro, un nuevo presidente, quizás enemigo suyo, podría
llevarlo ante una corte penal por haber ordenado fuego a discreción y sin
previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente. Los crímenes
de lesa humanidad, que no lo olvide, no prescriben”. “Hay perdón, pero no
olvido”, dijo Correa desde el salón amarillo del Palacio de Carondelet en
febrero de 2012 y explicó que con la demanda al periódico había cumplió tres
objetivos: demostrar que habían mentido; evidenciar que la responsabilidad no
sólo recaía en quienes habían escrito el artículo sino en los directivos del
diario, y estimular a los ciudadanos para que perdieran el miedo ante la
prensa. “Luchar por una verdadera comunicación social, en la cual los negocios
privados sean la excepción y no la regla, donde la libertad de expresión sea un
derecho de todos y no el privilegio de oligarquías que heredaron una imprenta
para ponerla a nombre de empresas fantasmas en Islas Caimán”, dijo.
Juan Paz y Miño Cepeda, historiador y autor de una decena de libros en
los que analiza la evolución económica del Ecuador hasta el día de hoy, reitera
con mucha gracia en una sala de reuniones de la Pontificia Universidad Católica
que Rafael Correa no es una persona sino un fenómeno, y que será recordado por
haber tomado decisiones, para “bien o para mal”, en un país donde los
presidentes se acostumbraron a ser simples reformistas.
—Si tiene que pelearse con las Fuerzas Armadas, lo hace. Lo mismo con
los ecologistas, los maestros, los médicos, las mujeres y con quien se cruce en
contravía con su proyecto —dice.
Entre esas confrontaciones destacan
las que ha mantenido con grupos ambientalistas y feministas, a quienes tilda de
“extremistas”. En su programa Enlace ciudadano del
28 de diciembre de 2013 dijo, por ejemplo, burlón: “(Ahora dicen que) no existe
hombre y mujer natural, que el sexo biológico no determina al hombre y a la
mujer, sino las ‘condiciones sociales’. Y que uno tiene ‘derecho’ a la libertad
de elegir incluso si uno es hombre o mujer. ¡Vamos, por favor! ¡Eso no resiste
el menor análisis! Ésas no son teorías, sino pura y simple ideología, muchas
veces para justificar el modo de vida de aquellos que generan esas ideologías.
Los respetamos como personas, pero no compartimos esas barbaridades”.
En un programa anterior sostuvo que hay ciertos “ecologistas infantiles”
que no piensan en el progreso del país y que se oponen a utilizar los recursos
naturales para superar la pobreza. Esto, en relación con el fallo del gobierno,
en 2013, de explotar los campos petroleros Ishpingo, Tambococha, Tiputini
(itt), que están en el Parque Nacional Yasuní, una de las zonas con mayor
biodiversidad en el mundo. La decisión de incursionar en ese territorio se dio
luego de que el gobierno no lograra recaudar el dinero, proveniente de aportes
extranjeros, que compensara lo que se dejaba de percibir por no explotar el
itt.
—Creo que desde allí, desde el tema del Yasuní, empieza un
compartimiento diferente entre el gobierno y la ciudadanía —dice Rosana
Alvarado, abogada, feminista, asambleísta y militante por Alianza País, primera
vicepresidenta de la Asamblea Nacional—. Nosotros votamos lo del Yasuní (la
autorización de la explotación) en 2013, el mismo año electoral en el que obtuvimos
mayoría legislativa y, sin embargo, vos ves al año siguiente un comportamiento
absolutamente opuesto en las elecciones seccionales, donde no tuvimos los
mejores resultados, perdimos varias alcaldías, entre ellas las de Quito,
Guayaquil y Cuenca, las tres principales ciudades del Ecuador.
Rosana Alvarado es de Cuenca. Viste un traje rosado con encajes
artesanales de la sierra ecuatoriana, y habla con frescura. Es de las personas
que ha estado junto al presidente desde la primera campaña y lo que más la impulsó
a sumarse al proyecto político de Correa fue su apuesta por la recuperación del
Estado.
—Sí, yo era una ferviente creyente de la necesidad de recuperar un
Estado que estaba en oferta, en subasta, un Estado corporativizado, un Estado
donde el ministro de minas era un minero, el ministro de petróleo un petrolero,
el ministro de finanzas era un banquero, y así —dice Alvarado en el centro de
su oficina de la Asamblea Nacional.
Dice que otro punto de inflexión del descontento social acumulado ahora
es lo sucedido con el debate del Código Orgánico Integral Penal, en el que un
grupo de asambleístas del bloque oficialista de Alianza País, incluida ella,
proponía la despenalización del aborto para casos concretos. Con la noticia de
que sus asambleístas apoyaban la medida que permitía a las mujeres decidir,
Correa estalló. O, más bien, desde la lógica orgánica de partidos a la que
siempre alude, pidió coherencia a través de una amenaza: “Hemos hablado muy
claro, cualquier cosa que se aparte de esa línea (reconocer y garantizar la
vida, incluido el cuidado y protección, desde la concepción) simplemente es
traición, y parece que eso está sucediendo en la Asamblea. Si este grupo de
personas muy desleales consigue una mayoría y legaliza el aborto yo
inmediatamente presentaré mi renuncia al cargo”.
—Fue algo muy penoso el no haber podido conseguir la despenalización del
aborto en casos de violaciones —dice Alvarado mientras se encoje de hombros—.
Era algo imperativo, pero en eso el presidente es súper claro, en eso no creo
que hubo una agenda oculta. Él no es partidario del derecho a decidir de las
mujeres, ha dicho una y otra vez que desde su formación cristiana y católica se
opone a la posibilidad, siquiera, de que las mujeres podamos decidir. Y bueno,
ahí yo quisiera que tuviera él mas conciencia del feminismo, que entienda las
luchas.
—El propio presidente se ha definido como un católico practicante y
seguidor de la doctrina social de la iglesia. Ésa es su matriz filosófica,
teórica, Ésa es su fuente inspiradora al gobernar —dice el historiador Paz y
Miño.
—Me parece que cuando uno es joven y
es misionero, cree que llega a una comunidad con la verdad, la luz del
evangelio, y con ellos la civilización. Correa tiene un discurso civilizatorio
y de la verdad —decía Mateo Martínez, autor de El
Cascabel del Gatopardo. La revolución ciudadana y su relación con el movimiento
indígena, en una entrevista de 2012 hecha por la desaparecida
revista Vanguardia.
—Además tiene una formación de economista en los Estados Unidos y Europa,
territorio al que está más inclinado por su propia vida familiar. Se identifica
con la economía de mercado social europea mucho más que con la economía de
libre empresa norteamericana. No quiere para Ecuador un tipo de economía
abierta como la del norte, sino más bien un tipo de economía que, sin descuidar
el papel de la empresa privada, de todas maneras sea fuertemente regulada por
el Estado —dice Paz y Miño.
Esa formación arrancó cuando en 1989 Correa participó en un concurso
nacional de méritos para acceder a dos becas de posgrado ofertadas por el
gobierno de Bélgica y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional (usaid). Hasta entonces, Correa había cursado la carrera de
Economía en la Universidad Católica Santiago de Guayaquil sin enfrentar
necesidades económicas, pues había vivido del dinero obtenido de becas. Al
graduarse, su alma máter lo contrató para que dirigiera las finanzas
universitarias y para que dictara clases como profesor asociado. Pero ganó las
dos becas a las que había postulado y se fue a Europa, a estudiar en la
Universidad Católica de Lovaina, donde obtuvo en junio de 1991 su primer máster
en Artes en Economía, y donde se casó, en 1992, con Anne Malherbe Gosselin, una
compañera de universidad nacida en la ciudad valona de Namur en 1968 y con
quien, ya en Ecuador, tendría tres hijos: Sofía Bernardette, Anne Dominique y
Rafael Miguel.
—Han sido años muy felices, aunque
duros porque se trata de un matrimonio —que yo diría binacional— con una
cultura tan diferente como la belga, con un país tan distinto, de clima tan
frío. Es un país tremendamente desarrollado. O sea, el cambio para mi esposa
fue muy duro. Hay grandes riquezas. Tú aprendes muchas cosas, por ejemplo, a
superar el sexismo, machismo, que allá son intolerables —dijo él en una
entrevista de 2013, publicada en El Telégrafo.
Anne Malherbe es una mujer alta, delgada, de rostro y expresiones
pálidas, pero de palabras y acciones determinadas. Da clases a cursos
inferiores en el Liceo La Condamine, y cuando su esposo se convirtió en
presidente renunció a ser primera dama, no presidió el Instituto de la Niñez y
la Familia que por mandato le correspondía, y raramente estuvo cerca de él en
las tres campañas electorales. Incluso hasta ahora, después de diez años de
gobierno, su presencia en actos públicos se puede contar con los dedos de las
manos. En una entrevista televisiva que Carlos Vera le hizo a Malherbe en 2006,
le preguntó por qué no había aparecido junto a su esposo en la campaña de la
primera vuelta electoral y, sin eufemismos, ella contestó: “Primero porque yo
estoy trabajando, soy profesora de segundo grado con niños chiquitos y no puedo
pedir permiso cuando me da la gana. En segundo lugar porque tengo mis hijos
chiquitos en la casa. Y también quisiera desmentir un poco todo lo que dicen de
mi marido, que es comunista, que es machista, que es terrorista, que no lo
apoyamos. En la familia siempre lo hemos apoyado”. Cuando Vera le preguntó por
qué rechazaba ser primera dama, dijo: “No veo sentido a esas dos palabras. No
creo que haya ninguna primera dama en este mundo”.
Cuando regresó de Bélgica, Correa se
dedicó, entre 1993 y 2005, a dar clases como profesor principal en el
Departamento de Economía de la Universidad San Francisco de Quito (usfq), y
como invitado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, en la sede
del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y en la
Universidad Andina Simón Bolívar. Avalado por la usfq viajó en ese periodo a la
Universidad de Illinois, en Urbana-Champaigne, Estados Unidos, para hacer una
nueva maestría. Obtuvo, además, un doctorado en Economía en octubre de 2001.
Washington Pesántez, ex fiscal general de la nación y actual candidato por su
propio movimiento para las elecciones presidenciales de 2017, dijo, en una nota
con el diario El País, de España, en 2007: “En
Bélgica maduró políticamente y se inscribió en la izquierda cristiana, en la
teoría de la liberación del teólogo brasileño Leonardo Boff. Creo que ya
entonces, en 1990, Rafael quería ser presidente”.
* * *
Ecuador tuvo 7 presidentes en 13 años antes de enero de 2007, fecha en
que asumió Rafael Correa. Unos fueron derrocados por la ciudadanía, otros
destituidos por el Congreso y, en medio de ese caos y esa vorágine, Correa, el
economista de formación católica, se convirtió en un regalo prometido. Llegó
con un programa económico, una imagen y una narrativa que el electorado no
había vivido antes. Era alto, moreno, levemente desaliñado, y hablaba con el
cuerpo. En más de una ocasión, durante su primera campaña electoral, se quitó
la correa del pantalón para empuñarla por lo alto mientras gritaba: “Se viene
el correazo”. La estrategia tuvo resultados: ganó en la segunda vuelta a su
rival, el empresario bananero Álvaro Noboa, con un 56.67 por ciento.
En esos tiempos, acostumbraba a usar jeans con camisas de manga corta,
rara vez traje formal y, ya siendo presidente, cambió las corbatas por camisas
blancas otavaleñas. También alteró la iconografía convencional de la izquierda
ecuatoriana, dejando de lado los puños alzados sobre banderas rojas para pasar
a una estética barroca saturada de verde y azul.
Autodefinido como “humanista,
cristiano y de izquierda”, su agenda política, que lo acompañó en las
siguientes dos elecciones (las que ganó en primera vuelta en 2009, con el 52%
de los votos, y en 2013, con cerca del 60%) se centraba en recuperar la
soberanía política y económica del Ecuador. Se presentaba como un mordaz
crítico de la dolarización (el sistema monetario que adoptó Ecuador en enero de
2000, durante la presidencia de Jamil Mahuad), a la que definió como el más
“perverso” de los sistemas monetarios, a la par que admitía que salirse de ella
sería un suicidio. Durante sus mandatos, incluyendo el último, ha pasado más
tiempo fuera del palacio presidencial, inaugurando obras por todo el Ecuador,
que sentado en una sala de reuniones con sus ministros, a quienes moviliza
donde él vaya. Recorre cada pueblo que visita en bicicleta, para verificar el
estado de los proyectos y de las vías que su gobierno ha gestado. Cuando
constata que alguna de sus obras está mal, o tiene demora, reprende a los
responsables públicamente a través de Enlace ciudadano.
Duerme entre cuatro y seis horas diarias, y pasa los domingos religiosamente en
casa con su familia, donde, según Anne Malherbe, asume el liderazgo de los
quehaceres domésticos.
Todo empezó en 2005 cuando, desde su oficina del Ministerio de Economía
y Finanzas, Correa intuyó que su sueño de niño se podía materializar.
Había llegado hasta allí por una enorme cantidad de piezas que se habían
movido en efecto dominó. El movimiento indígena Pachakutik se había aliado con
el coronel Lucio Gutiérrez, quien ganó las elecciones presidenciales en 2003.
Nina Pacari, perteneciente al movimiento, se convirtió en la primera mujer
indígena en asumir la Cancillería del Ecuador, y Luis Macas, dirigente de la
comunidad Saraguro, asumió el Ministerio de Agricultura. Pero el movimiento
Pachakutik quería que Rafael Correa fuera ministro de Economía y Finanzas, pues
lo conocían desde que había sido misionero en la parroquia rural de Zumbahua.
El presidente, Lucio Gutiérrez, no cedió ante el pedido y, en su lugar, nombró
a Mauricio Pozo, quien en ese entonces era profesor de economía en el Instituto
Tecnológico de Monterrey. Para asumir el cargo tuvo que retirarse de la
docencia y su reemplazante fue Rafael Correa.
Mauricio Pozo, actualmente muy crítico del programa económico de Correa
—que, según cree, es inexistente— dice:
—Allá, por el 2000 o 2001 me invitaron a un panel y entre los invitados
había un profesor de la San Francisco. Cuando escuché su hoja de vida me llamó
la atención sus estudios de cuarto nivel. Sin embargo, cuando empezó a hablar,
me extrañó que sea una persona con ideas tan radicales a pesar de tener los
estudios que mostraba. Planteaba regresar a los principios de cuestionamiento
de ciertos mercados que ya están absolutamente fuera de discusión académica.
Eran ideas superadas, caducas, obsoletas.
La desconfianza institucional colapsó en el periodo de Lucio Gutiérrez y
las denuncias de nepotismo y corrupción llegaron a su tope. La ciudadanía,
mayormente quiteña y autoproclamada como parte del Movimiento de los Forajidos,
en el que participó Correa, salió a las calles en abril de 2005 para pedir la
salida del presidente. La creciente presión social y el deceso del fotógrafo
chileno Julio García, asfixiado por la lluvia de bombas lacrimógenas que la
policía usó para reprimir, hicieron que el congreso destituyera a Gutiérrez. En
su lugar, su vicepresidente, Alfredo Palacio, asumió el primer mando y nombró
como ministro de Finanzas y Economía a Rafael Correa.
—Él estuvo como ministro cerca de 100
días y entró a desmantelar todos los lineamentos del programa fiscal que se
había tenido en el gobierno anterior: techos de gasto, fondos de ahorro,
reducción de dependencia de los ingresos del petróleo, replanteamiento de
acuerdos internacionales —recuerda Mauricio Pozo, cuya opinión concuerda con el
cable 34833 filtrado por Wikileaks al diario El Comercio, en el
que la embajadora de Estados Unidos de ese momento, Kristie Kenney, dijo: “El
más problemático es el ministro de Finanzas, Rafael Correa. A pesar de su
educación en los Estados Unidos el joven y carismático ministro ofrece
políticas económicas de la era de 1970, repleta de eslogans tipo ‘paguen la
deuda social, maldita la deuda externa’. Su principio es ‘reestructurar’ las
rentas del petróleo reduciendo la deuda para que el gasto del gobierno aumente,
con la esperanza de reactivar los sectores productivos del Ecuador —invita al
libertinaje y ha ahuyentado a muchos inversores. También apunta a ganar más
control del Estado sobre los inexplotados campos de petróleo (en especial
Petroecuador, de la que el Estado es dueño)”.
Y, en efecto, así sucedió: Correa,
durante los tres meses en los que fue ministro de Economía, implementó un
programa económico que consistió en cambiar la política acerca del pago de la
deuda externa y liberar fondos para el sector social. Reorientó el fondo de
excedentes petroleros (feirep), destinados para el pago de la deuda externa y
para cubrir imprevistos, y los destinó a programas de educación y salud
pública. Mientras criticaba mordazmente a organismos internacionales como el
Fondo Monetario Internacional o el Banco Interamericano de Desarrollo, miraba
con afecto a sus vecinos regionales y extra continentales, como Venezuela, Cuba
y China, que se convertiría en uno de sus principales agentes crediticios
cuando fuera presidente. En más de una ocasión dijo “que los organismos
multilaterales que se autodefinen como organismos de desarrollo en realidad son
los que endeudan a los países pobres”. Ya entonces se proyectaba como el
gran outsider que fácilmente podía calar en una
estructura democrática desprovista de confianza, de referentes y, sobre todo,
de mitos.
—En un país que ha tenido condiciones de atraso, de pobreza, de herencia
política tradicional, en ese país se necesitaba una capacidad de liderazgo
indiscutible para transformarlo, y ese liderazgo está vinculado con el
presidencialismo. No es un sistema parlamentario, sino presidencial, que hace
que las figuras de los presidentes sean las más importantes en la vida de una
nación, y por eso mismo hoy hablamos de floreanismo, alfarismo, de garcianismo
y ahora de correísmo —dice el historiador Juan Paz y Miño Cepeda.
* * *
En un post de Facebook de la cuenta oficial de Rafael Correa, del lunes
21 de marzo de 2016, cuando el precio del petróleo se ubicaba cerca de los 20
dólares, la apreciación del dólar crecía y el gobierno había previsto un
crecimiento económico de apenas el 1%, el mandatario deseaba a los ecuatorianos
una feliz Semana Santa antecedida de una reflexión: “La historia sagrada de
esta semana es fascinante. El domingo entra Jesús a Jerusalén entre palmas y
alabanzas, y mucha de esa misma gente cinco días después pedía su muerte y que
liberen a Barrabás, quien sí era culpable. ¿Cómo pudieron cambiar tanto en tan
sólo 5 días? Es la naturaleza humana, muy bien manipulada por los sumos
sacerdotes y políticos, es decir, los poderes fácticos de turno”.
El siguiente sábado, en el Enlace ciudadano 468, desde Monteverde, provincia de
Santa Elena, Correa, vestido con una camisa blanca sport arremangada, defendía
el aumento de impuestos a los tabacos, a las bebidas alcohólicas y a las
gaseosas como medida para enfrentar la “difícil” situación económica que
atraviesa el país. “Ahora todo el mundo es alcohólico porque le queremos subir
los impuestos al alcohol. Todo el mundo es fumón, fumador al menos, porque se
quejan por el impuesto a los cigarrillos. Ahora son los representantes de la
Coca Cola”, dijo con la confianza de quien tiene el futuro en su bolsillo. Un
mes después, el terremoto del 16 de abril alteró todas las fichas y sus
opositores criticaron la ausencia de fondos de reserva provenientes del
petróleo (que él había eliminado durante su paso por el Ministerio de
Economía), y el hecho de que Correa no hubiera ahorrado lo suficiente en las
etapas en las que el precio del petróleo superó los 100 dólares.
—Correa es crítico del ahorro. Dice que cómo es posible que con tanta
necesidad de la gente se tenga la plata guardada en una bóveda. Pero esa plata
guardada le habría permitido tener un riesgo país bajo para financiarse más
barato. Ésa es una ausencia de olfato financiero. El ahorro no sólo es por
tener la liquidez guardada en un saco, es porque le da al prestamista de afuera
seguridad para invertir —dice el economista Mauricio Pozo, quien asegura que
los fondos también hubieran servido para paliar las consecuencias del
terremoto.
Pero el presidente resta importancia a las críticas de los analistas
económicos que aseguran que él no ahorró en “época de vacas gordas”. Sostiene
que el ahorro ha sido “movilizado a inversión” y aplicado en la construcción de
carreteras, hospitales y puentes. “Los anteriores gobiernos privilegiaban los
‘fonditos de liquidez’ que no eran más que un ahorro que se utilizaba para
pagar deuda externa”, sostiene.
Ahora Correa —que días después del
sismo, a ojo de “buen cubero”, calculó que la reconstrucción de las zonas
devastadas tardará entre dos y tres años, y costará “miles de millones de
dólares”, es decir, “entre los 2 y 3 puntos del producto interno bruto”, o más
precisamente “dos mil o tres mil millones de dólares”— ha tenido que ajustar
más el Presupuesto General del Estado; reducir, vender y fusionar empresas e
instituciones públicas; autofinanciar el programa Enlace ciudadano, y aplicar la Ley de Solidaridad, que
establece el incremento del impuesto al valor agregado (iva) del 12 a 14%,
entre otros puntos.
Si en un principio Correa aprovechó la alta popularidad con la que
contaba (que le permitió ganar dos elecciones en primera vuelta) y la estable
situación económica que vivía el Ecuador para tomar medidas determinantes, como
llamar a una consulta popular para convocar a una Asamblea que redactara una
nueva Constitución, potenciar la integración regional creando nuevos
organismos, o hacer una auditoría pública integral de la deuda externa para
luego renegociarla, hoy sus acciones son cada vez más restringidas por los
apuros fiscales y las reiteradas críticas que le llegan desde todos lados y que
él responde directamente desde su cuenta de Twitter.
—Él ha sido siempre una persona pragmática, de dar resultados a
cualquier costo —dice María Paula Romo en la cafetería de un centro comercial
quiteño—. Antes iba a las reuniones en bancada y discutíamos. Iba a Manabí a la
Asamblea Constituyente y como consecuencia de la discusión había la posibilidad
de que su postura no prevaleciera. Gracias a eso hoy tenemos como derecho
humano el agua, (el reconocimiento de) la unión de hecho con las personas de
mismo sexo, el tema de protección a las reservas naturales, la intangibilidad
de los territorios de los pueblos no contactados. Ahora no escucha. Él cree que
todo es personal, cree que el mundo le falla, cree que el precio del petróleo
baja para hacerle la maldad y esto empieza a ser parte de una distorsión de su
personalidad.
—Me encantaría ayudarlo, pero es público y notorio que el pensamiento y
la orientación del presidente, hoy, no son aquellos con que se conquistó a los
ecuatorianos y se logró el triunfo en 2006 y menos con que nos formaron en
nuestro hogar —responde su hermano Fabricio en un correo electrónico.
—Hay quienes dicen que estamos peor que nunca, que no se ha hecho nada,
y yo podría entender eso en un crío de quince años, que no vivió
conscientemente el antes —dice su hermana Pierina—. Pero para quienes somos un
poquito mayorcitos, que sí hemos perdido ahorros, y que a lo mejor conocimos a
alguien cuyo papá se pegó un tiro porque no pudo con las deudas, las cosas han
cambiado. Hemos sido buenos muchachos siempre.
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* Publicado originalmente aquí:
http://www.gatopardo.com/reportajes/rafael-correa-ecuador/
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* Publicado originalmente aquí:
http://www.gatopardo.com/reportajes/rafael-correa-ecuador/
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