Marcos regresa de España, donde vive, con su esposa embarazada. Su padre ha muerto y heredó -junto a dos hermanos- valiosas tierras en plena montaña. Al regresar lo espera la urna con las cenizas de su padre y una orden, que no desea cumplir, pero también la oferta de compra de sus tierras por parte de una minera canadiense por varios millones de dólares.
Marcos también reencontrará a sus dos hermanos que aún están vivos: Sabrina, internada en un psiquiátrico y Salvador, un ermitaño que vive en las tierras que los canadienses quieren comprar. Su tercer hermano murió siendo un niño mientras cazaban en el bosque, en un episodio muy confuso que la película finalmente desentrañará.
Marcos es Leo Sbaraglia, su esposa la española Laia Costa, su hermana Sabrina es Dolores Fonzi. Federico Luppi en el rol de un abogado amigo de la familia, y Ricardo Darín, que hace de Darín pero que bien le sale, en la piel de Salvador, el hermano ermitaño de Marcos.
La película, dirigida por Martín Hodara, muestra bellos paisajes, con una historia bien construida que va del presente al pasado, y retorna, en forma amena y sin perder el hilo del guión.
El interés de Marcos y su esposa por vender las tierras choca contra la intransigencia de Salvador, que se niega a abandonar su lugar en el mundo, que es también el sitio donde está enterrado su pequeño hermano Juan.
Un padre maltratador, los peligros de educar a los niños en el manejo de las armas y hasta secretos sexuales familiares juegan en la trama, de manera muy dinámica, sin caer en la fábula moralizadora. Todos esos temas aparecen en la familia cuyo jefe es un padre hijo de puta y cuya madre ha muerto pero no se sabe cómo, ni siquiera aparece en las fotos del grupo familiar.
La historia se transforma pasando la mitad de la película con una vuelta de tuerca que le otorga un nuevo clima, transformándola en más sórdida y angustiante, pero eso no es todo, porque el final traerá datos inesperados.
Los que parecen malos, son bastante buenos; los que aparentan bondad, no son tan queribles. Todos mienten, algunos callan por solidaridad y otros hablan, creyéndose sus propias mentiras.
Y la mentira sobrevive, junto con el buen negocio que implicará la venta.
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