(cuento)
Mi nombre es Ciriaco. Ahí terminan mis certezas. Creí desde niño que mi apellido era Pizzutti. Ya no estoy tan seguro. La noche en que mi compañera me dijo de su embarazo intuí que algo no estaba bien con mi apellido. Comencé a pensar que mi padre, Ernesto, no era Pizzutti. Lo intuí hijo de desaparecidos, nieto de las Abuelas.
Mi nombre es Ciriaco. Ahí terminan mis certezas. Creí desde niño que mi apellido era Pizzutti. Ya no estoy tan seguro. La noche en que mi compañera me dijo de su embarazo intuí que algo no estaba bien con mi apellido. Comencé a pensar que mi padre, Ernesto, no era Pizzutti. Lo intuí hijo de desaparecidos, nieto de las Abuelas.
Él un nieto apropiado. Yo un bisnieto. Pensé.
La noticia del embarazo trajo algunas viejas cosas
al presente. Los juegos de la memoria están cargados de olvidos. Los recuerdos
aparecen y se marchan.
Una tarde con mi abuela Estela, mirábamos fotos del
abuelo Jorge, de mi papá y del tío Walter. Le pregunté por qué había fotos de
su embarazo de Walter, pero no de ella embarazada de mi padre. No recuerdo su
explicación, fue lo suficientemente tranquilizadora. Olvidé el episodio.
“Dime lo que olvidas y te diré quién eres…”.
Mi padre nació en 1978. Mi tío en 1983. Yo en 2005.
Mi hija o hijo nacerá en éste 2030.
Cuando Tefy dijo “estoy embarazada” sentí alegría y
dudas, casi al unísono. La falta de fotos no significaba nada. Es cierto. Pero
dejé de sentirme Pizzutti en ese mismo momento. Después supe que muchos nietos
recuperados cargaron con la duda en su carne antes de que el dato concreto lo
confirmara. Está bien que no puedo igualarme, yo no sería un “nieto”, esa es la
generación anterior, la de mis padres. En todo caso sería un “bisnieto”. Un
hijo de los hijos de desaparecidos, un bisnieto de las Abuelas.
Las Abuelas buscaron a sus nietos. Encontraron
algunos, más de cien; pero más de trescientos siguen sin identificarse.
Los que no encontraron siguen aquí con otros nombres
y apellidos. Son hombres y mujeres de más de 50 años, que ya tienen hijos,
algunos inclusive tienen nietos.
Aquellos nietos no recuperados siguen aquí.
¿Seguimos aquí? Viven con un apellido que no es el propio, tienen hijos que
heredan la mentira. Esos hijos, crecimos, nos enamoramos, tuvimos hijos… que
crecerán, se enamorarán, tendrán hijos…
Curiosa dictadura que terminó en 1983 pero casi
medio siglo después sigue produciendo víctimas. ¿Si mi intuición fuera cierta,
mi hijo nacido en 2030 sería víctima directa de una dictadura que terminó antes
de que naciera su padre?
Le pedí a mi padre que se haga el análisis de ADN.
Respondió: “estás loco”.
Fui al Banco Nacional de Datos Genéticos, me
explicaron que allí están las muestras genéticas de padres y hermanos de los
desaparecidos, que no pueden contrastarlas con la mía. Ellos pueden encontrar
nietos. Yo, de tener razón, sería un bisnieto. Mi ADN no sirve para determinar
si mis abuelos fueron desaparecidos.
“Si tu papá aceptara, sería sencillo”, dijeron.
Mi padre sólo dijo “estás loco” y no volvió a
hablarme. Hipócrita. Garca e hipócrita mi padre. O aterrorizado por lo que
traiga la verdad. Yo, “loco”, odié a mi padre.
“Podés obligarlo” dijo la genetista, “si la Justicia
lo ordena se lo harán compulsivamente”.
¿Obligarlo?
¿Existe el derecho a no saber? ¿Puede mi padre
elegir vivir en la mentira? ¿Puede su elección condicionar la mía?
“Dime lo que olvidas y te diré quién eres…”.
Mi tío Walter aceptó hacerse el análisis de ADN,
contrastaron sus marcadores genéticos con los míos. No somos parientes
biológicos.
Mi padre no es hermano de sangre de quien creía.
Sabemos que Walter es hijo biológico de los Pizzutti, vi las fotos del embarazo.
Si Walter es hijo biológico pero no hermano de mi padre…mi padre no es hijo de
los Pizzutti.
¿Lo adoptaron legalmente? ¿O fue una adopción
ilegal? ¿Fue –como intuyo- una apropiación? Mi padre, ya lo dije, nació en
1978. La dictadura era potente y agresiva en aquel año.
Le dije a mi padre: “Walter y vos no son hermanos de
sangre. Podés ser un nieto apropiado”.
Él respondió: “estás loco”.
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