Relato.
Sin elucubraciones, ni moralinas sobre la
comunicación intra-familiar, cuento lo que vi. Sólo eso, con estricto apego a
lo que ocurrió. Dejo las interpretaciones, las evaluaciones, las moralejas para
que el lector se entretenga en ellas. Aquí no me interesan.
No agrego ni una pizca de imaginación, ni una
especulación pequeña. Nada. Sólo los hechos tal cual los percibí.
A la mesa de al lado llegan cuatro personas. Dos son
mujeres, dos hombres. Dos son adultos, uno de cada sexo; dos son niños, también
uno de cada sexo. Diría que son una familia, pero no lo sé. Estaría
especulando, pero eso parecen: padre, madre y ambos hijos. Familia tipo.
Se sientan en la mesa de al lado, la más cercana a mí.
Los cuatro sacan sus celulares. Se enfrascan en
ellos. No sé qué hacen, si mandan whatsapp para comunicarse con amigos, miran
el tiempo, leen el facebook o juegan a algo. Sólo veo que sacan sus celulares y
se desentienden de su contexto.
Ahí es cuando llaman mi atención. Los miro: los
cuatro sentados en una pequeña mesa, desentendidos del resto, mirando cada uno
su respectivo celular, sin comentarios, sin sonrisas.
Sólo mirando su celular.
En un momento el padre –o el que podría ser el
padre, para ser más exacto el adulto hombre- toca el codo de la hija –o la que
podría ser la hija, para ser más preciso la niña- y ambos se trasladan a una
mesa vecina, donde siguen mirando cada uno su telefonito.
Son una aparente familia que ocupa dos mesas de un
bar: el hombre mayor y la niña, por un lado; y la mujer mayor y el niño, por el
otro. Dos mesas ocupan, pero hacen lo mismo que cuando estaban los cuatro en
una sola: miran, interactúan, tocan cada uno su celular.
Hasta que llega la comida.
Ahí el hombre y la niña vuelven a la mesa original,
cada uno recibe su plato y su bebida y comen, sin comentarios, sin sonrisas,
sin reproches, cada uno mirando, interactuando, jugando con su celular.
Vaya uno a saber si no se trata de la familia
perfecta.
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