(Meta-cuento)
Pintura: Pablo Huici /// Texto: Pablo Torres
Este es un cuento sobre un cuento, es decir un meta-cuento. En el futuro (quizás) se escriba una historia que suceda en el cielo de los peronistas. Si tienen un par de líderes muertos, una jefa espiritual, decenas de artistas, cantantes y deportistas, cientos (o miles) de mártires, un himno, entre otras cosas… también tendrán un cielo, pensé.
Nadie que creyera en Dios estaría en condiciones de negar la existencia de ese edén peroncho. Y menos ahora cuando parece que hasta un Papa fue peronista.
Pintura: Pablo Huici /// Texto: Pablo Torres
Reproducción de una pintura de Pablo Huici |
Este es un cuento sobre un cuento, es decir un meta-cuento. En el futuro (quizás) se escriba una historia que suceda en el cielo de los peronistas. Si tienen un par de líderes muertos, una jefa espiritual, decenas de artistas, cantantes y deportistas, cientos (o miles) de mártires, un himno, entre otras cosas… también tendrán un cielo, pensé.
Nadie que creyera en Dios estaría en condiciones de negar la existencia de ese edén peroncho. Y menos ahora cuando parece que hasta un Papa fue peronista.
Si se da
por válida la existencia de ese cielo, podrá decirse que también habrá un
infierno. Superpoblado, por supuesto. No me atrevo a negar ni su existencia ni
su superpoblación. La desmesura es peronista, y de desmesurados estará lleno el
infierno, ese y todos los otros que pudieran existir.
Pero este
es un meta-cuento del cielo. No niega la existencia del infierno, aunque no se
habla de él, porque la historia que en alguna otra oportunidad se contará ocurre
en el paraíso. No faltarán ocasiones para narrar los hechos que se suscitan en el averno.
Volviendo
al cielo, es de suponer que debe ubicarse en algún lugar concreto. La
abstracción no es peronista, así que tendrá que estar situado en un espacio
físico perfectamente identificado. Un lugar donde se crucen los dirigentes y
la muchedumbre, la puteada y la sonrisa, un lugar donde estuvieran felices de
estar juntos y comieran choripanes con vino, lo que no es sino otra forma de la
felicidad.
El lugar de
los muchos.
La Plaza de
Mayo.
Aún sin
rejas.
También
podrán decir que esa plaza fue escenario de la tristeza más atroz: allí los
aviones que debían defender la Patria bombardearon al pueblo en 1955. Sí, así
fue, pero el cielo de los peronistas no elude la tristeza, aunque milita con
fervor la alegría.
Por
supuesto, será la vieja plaza, con fuente y todo, como para meter las patas
cansadas después de la larga marcha. Meter los pies en la fuente fue apenas un
hecho fisiológico, una simple refrescada de patas, interpretada luego como
provocación. La provocación es
peronista. Los hechos fisiológicos, también.
Así que el
espacio físico del cielo de los peronistas será la Plaza. Con
muchedumbres que llegan por las Diagonales y por la Av. de Mayo. Multitudes que
coinciden en algo, en poquito, en lo mínimo, y después discuten a los gritos
por sus muchas, vigorosas, diferencias. Discutir, pelearse, putear al
compañero, es tan peronista como declamar Lealtad, así con fingidas mayúsculas.
¿Quién es
el dios del cielo de los peronistas? ¿Qué valores premia ese dios de la grasada?
¿A quiénes permite ingresar a su edén? Cuesta responder dudas aparentemente tan
sencillas. Tienta decir: “muchachos, éste es el cielo de los peronistas, así
que el que vino hasta aquí y tiene ganas de entrar, entre”.
Pero los
guardianes de la ortodoxia no estarán de acuerdo:
-Aquél, ese flaquito barbudo es un
zurdito, no es peronista, saquémoslo.
El uso del inexistente
peronómetro, es peronista. Todo peronista es más peronista que el resto de los
peronistas. Éste será un cielo sin portero: ¿a quién sacrificar en un rol que
implica continuas discusiones y peleas, enojos y desgastes? Salvo que el famoso
peronómetro apareciera y el San Pedro de los cabecitas negras lo tuviera en su
mano, para franquear la entrada, o no, según los dictados de ese aparatito. Así
que, por ahora, mejor que entren todos y después se verá como resulta.
¿Y el dios?
Carajo. Tendría
que ser el mentado Juan Perón. Pero algo cruje, demasiado pícaro y terrenal
para fungir de deidad. ¿Si no es dios, qué hará Perón en aquel cielo? No es una
duda tan importante, el líder se mantendrá ausente, apareciendo cada tanto
desde el balcón de la Rosada para enardecer a la masa o bajar línea con un
discurso que cada uno de los que están abajo, sobre la Plaza, interpretará como
desee.
Interpretar
las cosas como más convenga, es práctica peronista. Putearse entre compañeros
por quién es el mejor intérprete… también.
En la
Plaza, en el cielo, ocurren eventos felices. Todos a la vez, mezclados,
revueltos, como en una gran fiesta. No puede ser de otra forma, porque la
felicidad es peronista.
Algunos
morochos hacen un asadito resguardados en la recova de la Catedral. La monada goza
la impertinencia, mientras humea el ingreso a la iglesia del Dios de los
católicos, que está lindera al cielo peroncho, pero no es parte de él. Alguno
canta, una guitarra criolla entona un tango y la voz del cantante, al que
escucho pero no veo, suena conocida. Lo es. Entre los impertinentes que asan
carne a la parrilla humeando la Catedral está el cantor. “Al mundo le falta un tornillo –frasea- que venga un mecánico a ver si lo puede arreglar”. Subraya la
palabra mecánico con el gesto de elevar sus dos manos abiertas: el saludo del
General. Gozar la impertinencia, es muy peronista.
Trato de identificar
al cantor: ¿quién iba a ser? Julio Sosa. El fuego quema demasiado oscuro, se lo
digo al morocho que hace el asado. Dice que sí, y se ríe. Se ríe y le grita al
resto de los parroquianos: “Acá el compañero dice que la leña está quemando muy
oscuro”. La carcajada es generalizada. El guitarrista deja de tocar, Julio Sosa
mira y con su voz límpida sentencia: “en éste cielo, compañero, los asados se
hacen con piso de parqué”. Los gritos atronadores festejan la ocurrencia, la
guitarra vuelve a sonar. El piso de parqué es de otros, pero su uso como leña
para asados, es peronista.
*
* *
El sol
brilla, los de la recova de la Catedral siguen escuchando a Julio Sosa, pero
más allá se distraen, ajenos al tango. En el vértice Este de la Plaza,
improvisan un cuadrilátero con cuatro camisas, una en cada esquina. Los púgiles
imaginan el Luna Park repleto, que está ahí nomás a pocas cuadras. Escuchan el
aliento que baja de la popular, ni miran a la platea, la desprecian.
Un negrazo
de camisa y pantalón de grafa marrón clarito golpea un tacho de aceite YPF viejo con un palo: suena la campana. Los púgiles se encuentran en el centro del
ring, se saludan y comienza el combate. Intercambian golpes. El ring side está
repleto. El Mono Gatica, fuma un habano, sentado sobre un tronquito; Nicolino y
Acavallo miran y conversan. El morochón de camisa de grafa señala, con otro
golpe al tacho, que terminó el primer asalto. El Mono hace la inequívoca seña
de “después te la doy” a un negro grandote. Demasiado grande para vos, Gatica.
El segundo round ya está en marcha. La multitud festeja un cross a la mandíbula
del púgil de pantalón negro, se amuchan contra las sogas imaginarias del ring.
-Es
aquél –señala al negro un pibito de pantalones cortos mostrándoselo a otro, un
poco más grande que él.
-¿Qué
hace acá? –pregunta el otro, incrédulo.
“Se lo
ganó” dice Tito Lectoure. Mohamed Ali en el cielo de los peronistas, cruza fanfarroneadas
con el Mono Gatica. La escalada verbal crece, el público se desentiende del
combate y vuelve su cabeza hacia el ring side.
-Vení que te hago mierda –le dice el
Mono, el otro contesta algo en inglés, que nadie entiende.
Chamuyar en
inglés no es peronista, pero todos advierten que el negro no se achica.
Cuando
quedan cara a cara, Ali mira desde arriba y Gatica, sin mostrar miedo, le
sostiene la mirada, desde abajo. Mirar desde abajo, es peronista; sostener la
mirada, también. Hasta los que pelean abandonan el combate y se asoman. La
tensión crece con las dos caras separadas apenas por centímetros, el silencio
es sepulcral hasta que el negrazo de ropa de grafa lo rompe:
-¡¡¡Viva Perón, Carajo!!!
Gatica
suelta su sonrisa: “dos potencias se saludan, grone” y le estampa un beso en la
mejilla al negro que un día perdió su título de campeón del mundo de los pesos
pesados, por no querer ir a una guerra contra un pueblo pobre.
Después se
da vuelta, aprovecha que el otro no manya el castellano, y dice en voz bien
alta, como para que lo escuchen todos: “cómo se achicó el grone!!! La biaba que
se comía no iba a tener nombre…”
* * *
-Che… ¿y Evita?
* * *
Leonardo
Favio sueña. Sus sueños son como películas que pueden filmarse. Y cuando
filma, sus sueños se hacen los sueños de
todos. Leonardo Favio sueña, como antes soñó a Gatica, al Aniceto y la
Francisca, al niño solo.
Sueña.
Unos cuatro
o cinco tipos en mangas de camisas, sentados en lo que alguna vez fue el césped
de la plaza, lo rodean. Favio les cuenta su sueño, o su próxima película, lo
que es lo mismo.
Es otra historia
de dioses sucios.
A Favio le
disgustan los dioses perfectos. La imperfección es peronista, los dioses sucios
se amontonan en este cielo, el chapoteo en el barro de las calles de tierra de los
barrios los atrae más que las luces del centro.
Favio sueña
con un negrito pobre, nacido en una villa, que hace jueguitos con la pelota. El
cura Mugica, que ama a los negritos nacidos en la villa, lo escucha, y dentro de su
cabeza corren las imágenes, como en celuloide. La película de Favio se proyecta
en su mente.
El cura
rubio escucha (ve) la historia del negrito que juega al fútbol.
Su gol a
los ingleses es un gol peronista. No el de la corrida larga esquivando rivales.
No, ese no. Demasiado limpito, de tan bello se vuelve poco peroncho. El que
relata Favio es el otro, ese en el que alza la mano, la disimula, la esconde,
pero toca la pelota y el arquero inglés no entiende nada, porque el balón de
pronto aparece en el fondo del arco.
Detestar a
los ingleses (y a sus hijos, los norteamericanos) es peronista. Tratar de
burlarlos, como sea, también.
Favio lo
cuenta, y el cura rubio que ya estaba en éste cielo cuando el negrito alzó el
brazo y tocó la pelota sin que el árbitro lo viera, se entera ahora.
Y se caga
de risa, el cura se caga de risa.
El loco
Houseman y Orestes Corvatta también. Ellos también fueron el negrito pobre que
juega a la pelota en la villa, los dioses sucios del panteón de los
imperfectos.
Favio los
mira reírse a carcajadas y sabe que su sueño es una bella película.
* * *
-Che…
¿y los fusilados de José León Suarez?
* * *
El cielo de
algunos es el infierno de otros. O en otras palabras: el cielo de los
peronistas sería un infierno para los gorilas. “¿Vas a poner gorilas en nuestro
cielo?” se ofrende un compañero:
-No seas hijo de puta, no nos
arruinés así –se queja- nos bancamos la gorilada desde el primer día, ya el 17
de octubre nos acusaron de aluvión zoológico, no nos cagues el cielo eterno...
–ruega.
Le hago
caso. El cielo de los peronistas no tiene un anexo “infierno de los gorilas”.
Sólo hay
uno, un gorilita aislado, que camina por la plaza con evidente depresión. Ese
no se podía salvar, así que está. Deambula… Escucha los cantos, se asoma al
picadito de fútbol donde Corvatta juega con Garrincha.
-¿Garrincha está en el cielo de los
peronistas? –pregunta el compañero, curioso.
-Por supuesto, ¿dónde va a estar?
Pelé no, los negros blanqueados no tienen lugar en éste cielo.
El gorila,
único, sufre su infierno viendo la alegría de los grasas que juegan al truco o
discuten de política, y bailan tango o cumbia, según su edad.
-¿Quién es el gorila solitario? –se
impacienta el compañero.
Camina, sin
rumbo fijo, vestido con chaqueta de tweed, sin hablar con nadie. Todavía tiene
las manos sucias de pintura blanca, nadie lo reconoce porque fue anónimo. Es el
pequeño energúmeno al que se le ocurrió pintar en una pared de Buenos Aires
“viva el cáncer”.
El rencor
no es peronista, pero el hambre de justicia, sí.
La memoria,
también.
* * *
-Che… ¿y los muertos en el bombardeo a la
Plaza de 1955?
* * *
-Parece
un cielo misógino –rezonga una feminista peroncha.
Tiene
razón. Ya dijimos que es un cielo imperfecto: demasiado macho junto. El
patriarcado es peronista, su demolición… también.
Evita no
permitiría la misoginia: en el cielo de los peronistas mandan las minas. Es el
reino de lo diverso, con minas, tortas, trolos, transexuales y cuanta
definición sexual más quiera inventarse.
Los
ortodoxos miran, reacios, pero evitan hablar -como no sea en voz baja y lejos
del oído de la Abanderada-. Si los escucha… habrán comprado un boleto hacia el
infierno.
Por la
avenida de Mayo ingresa una columna. La bandera que portan, en tela celeste,
letras negras con la típica imagen de los perfiles de Perón y Evita casi
superpuestos que aparece en todas las boletas electorales, tiene la estética de
muchas en la Plaza, pero su contenido es al menos extraño para el machismo
reinante.
Dice la
bandera: “Putos peronistas. Tortas, travestis, trans y putos del pueblo”.
Abajo, en letras más pequeñas transcribe una estrofa de la Marchita: “…para que
reine en el Pueblo el amor y la igualdad”.
Si, como se
dijo anteriormente, la provocación es peronista, los putos peronistas hacen
estallar el aún no inventado peronómetro.
Evita aún
no las vio. Recién entran a éste cielo, pero ni bien las vea, correrá a pararse
debajo de esa bandera, con las tortas, travestis, trans y putos del pueblo. ¿En
qué otro lugar del cielo es posible imaginarla?
* * *
-Che… ¿y Néstor?
* * *
En éste
cielo de peronistas no hay gorilas. Salvo uno, ya lo dijimos. ¿Pero hay no
peronistas? ¿Y pre-peronistas? El Che o Alfonsín, para el primer caso, o
Yrigoyen, para el segundo. ¿Pueden tímidamente sumarse, caminando por los
costaditos de la Plaza?
* * *
Jauretche y
Scalabrini. Alberto
Castillo. Jhon William Cooke y Rodolfo Walsh. Roberto Arlt y Quinquela Martín.
Discepolín…
¿Cristina, el Indio y Maradona?, por supuesto… esos tienen
espacios asegurados, pero todavía falta para que lleguen. La parca no es
peronista, y no es cuestión de darle ideas.
* * *
Listo.
La infraestructura básica está completa.
Sólo falta diseñar la trama. Será una historia de amor. ¿Qué
otra cosa puede suceder en el espacio de los muchos felices?
Busco mi cuaderno “Gloria” y una birome azul, en el primer
renglón escribo el título: “El cielo de los peronistas”…
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Gracias entonces...