(Una conversación
choreada en el cine)
En el Gaumont todavía faltaban unos 15
minutos para que comience la película, la sala es amplia, no estaba
completa pero tampoco vacía. Detrás se sentaron dos viejos (¿puedo cometer la incorrección
política de decirle “viejos”?) que tendrían, no sé, ponele, entre 75 y 80.
Nada extraño, nada que justificara que
prestara atención en ellos. Menos aún porque no los veía, nunca vi sus caras, estaban
sentados a nuestras espaldas.
Uno habló más alto que lo prudente, su voz se
escuchó con claridad como cuando alguien te nombra en medio de un salón ruidoso
pero los sonidos se abren paso y dejan que escuches con precisión tu nombre.
-Me
compré un libro de filosofía.
El otro preguntó: “¿cuál?”. “No sé” respondió
el primero, “el autor es uno que tiene un apellido con puras consonantes”. Me
percaté, inmediatamente, que había comprado “Filosofía en 11 frases” de Darío Sztajnszrajber.
El viejo no sabía el título del libro, menos
aún podía pronunciar el apellido del autor (de esto no lo culpo), pero más
oscureció el motivo de su elección cuando agregó:
-¿Viste
lo caro que están los libros? Este estaba mucho más barato…
Buen motivo para comprar un libro, el viejito
ya me caía muy simpático. ¿Por qué carajos va a comprar uno un libro caro? Los
libros tienen que ser baratos (Macri no está tan de acuerdo, tal vez cree que son artículos suntuosos, como nunca utilizó ninguno).
La charla ya discurría por otros carriles.
Hablaban de otro, un amigo de ambos, que vivía en Flores.
-¿Has
ido a la casa de Osvaldo? –preguntó el simpático- Vive en Flores ahora.
-Sí
–dice el otro- Flores ya no es lo que era, se vino abajo…
-¿Por
qué se vino abajo? –preguntó con tono de genuina curiosidad el del libro.
-Mucho
negro, mucho boliviano… –contestó el otro.
-Ahh, te salió el enano fascista –lo amonestó el simpático-. ¿Son mala gente la que
anda por ahí? ¿Te hicieron algo? ¿Qué tenés en contra de los hermanos
bolivianos?
La sala se oscureció, y arrancó la película. Una
lástima, hubiese preferido seguir escuchando a los viejitos. La película era muy
mala.
Tal vez Darío (uso su nombre de pila no por
familiaridad con él sino por razones obvias) si se entera de la anécdota, tenga
que agradecer que su libro haya estado más barato que el resto: consiguió un
lector que vale la pena, aunque no sepa el nombre de su libro, ni mucho menos
pronunciar su apellido.
O tal vez simplemente, quien está
dispuesto a comprar un libro de filosofía, no suele ser mala gente.
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Leé el primer capítulo de mi nuevo libro



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