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"Olavarría, Argentina" - Capítulo 10


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Segunda Parte: Oulu, Finlandia
Capítulo 10
Costa Rica.
Katri no había escuchado en su vida de la existencia de un país con ese nombre. Impronunciable para ella. Por supuesto, desconocía redondamente la existencia de sus bellas playas, o que se trataba de uno de los pocos países del planeta que eligió no tener ejército, pero mucho menos imaginaba que pronto estaría allí, junto a Jaakko Tarkka, para que éste recibiera su nuevo riñón.
Katri ni bien escuchó nombrar a Costa Rica en el informe de la Yle TV1 corrió hacia la biblioteca de su paciente. El sillón, de cuero negro y respaldo alto, reclinable, le dio una falsa sensación de bienestar. El bienestar era algo poco frecuente en esa prolija vivienda azul desde que su propietario comenzó el tratamiento de diálisis, a la espera de un trasplante de riñón, que demoraba demasiado llegar.
Katri, sentada en el mullido sillón, busca en la Enciclopedia Finlandesa un planisferio. Quiere saber dónde queda Costa Rica, ese desconocido país al que la televisión acaba de mencionar como lugar de “turismo de trasplantes”. Lee el escueto par de páginas que la enciclopedia dedica para describir a la pequeña república que, ahora sabe, está en Centroamérica. En esas pocas páginas hablan de las playas, la selva y la ausencia de ejército.
Nada dice allí del turismo de trasplantes, por supuesto.
Katri, a sus casi cuarenta años, no esperaba encontrar esa mención. La ingenuidad no está entre sus defectos. Sabe que no es legal lo que pretende, el nefrólogo Ahde lo dejó tan claro como el informe de la televisión.
Sabe también que la lista de espera es demasiado larga para tan pocos riñones disponibles. ¿Qué alternativa tiene Jaakko?, se pregunta. Su pragmatismo la releva de perder el escaso tiempo de su paciente en meditar una respuesta. Los dilemas morales no son para ella. Prefiere buscar la forma de establecer un contacto urgente para dar con el riñón que prolongue la vida de Jaakko, por eso está allí, en el consultorio de Ahde, junto a la médica Helenna Illka, repitiendo con insistencia la pregunta:
            -¿Tiene una mejor opción, doctor?
El nefrólogo Ahde se reclina en el sillón de su consultorio del Hospital Universitario, esas molestas mujeres son insistentes con su descabellada idea. Katri y la médica Helenna Ilkka esperan sus palabras, sentadas en sendas sillas blancas, del otro lado del escritorio. Ahde demora una respuesta, está inquieto. Se siente presionado por las dos mujeres:
            -Lo que me piden no es correcto –les dice, mientras evalúa la situación.
            -Lo sabemos –responde Ilkka- no deseamos que hagas nada que no corresponda, sólo te pedimos información para buscar una alternativa sin que eso implique que participes.
Aada, la ex esposa de Jaakko, disfrutaría la ironía de la escena si pudiera presenciarla: que sean dos mujeres las que están dispuestas a cruzar los límites morales para hacer algo por Tarkka, quien bajo los efluvios del Konkekorva tantas veces usó la violencia contra ella.
Le parecería una broma del destino. Una falta de solidaridad de sus congéneres.
Pero Aada no está allí, son Krista y Helenna las que interpelan al nefrólogo.
Éste siente la tensión interior, esas dos mujeres molestas le piden que contacte a algún colega europeo para conseguir, en el mercado negro, un riñón para Jaakko. No es insensible, como para dejarlo morir sin un trasplante, pero tampoco desea zambullirse en esas redes oscuras. Ahde no lo sabe, no tiene cómo, pero si en vez de ser el año 1.989 hubiesen transcurrido un par de décadas, él ni siquiera se enteraría de la intención de las mujeres: buscarían en Google y se contactarían con un vendedor de riñones del otro lado del mundo sin mayores complicaciones ni intermediarios.
Pero aún es 1.989…
            -Pensaré en algo y les aviso –dice el nefrólogo, quiere postergar la decisión a que el dilema moral lo obliga.
La médica Helenna agradece. Ahde siente alivio cuando se van de su consultorio. “Malditas mujeres” piensa, todavía reclinado en el sillón de cuerina negra, su secretaria entreabre la puerta: “está su paciente, doctor”. Le pide que lo haga pasar, pero no podrá concentrarse en la consulta.
Jaakko ignora esas gestiones oficiosas. Desearía remar por la costa de la bahía de Botnia, en estos días veraniegos, cuando el agua muestra un azul profundo de inmensa belleza. Katri salió en el Volvo a comprar alimentos, al menos eso fue lo que le dijo. A Jaakko poco le importan los alimentos que traerá, no tiene hambre, sólo cansancio. Un cansancio atroz, que le nace en el seno mismo de sus entrañas. Detesta las mañanas de diálisis, es decir casi todas las mañanas de su vida actual. Si sólo pudiera sentir en su boca el placer de un pequeño trago de vodka, su mañana sería distinta, pero Katri se toma en serio su odioso trabajo. Parece que incluso lo disfrutara: no queda una gota de Konkekorva en toda la casa, el par de botellas que Jaakko escondía fueron vaciadas por la enfermera en el lavabo de la cocina.
            -Puta enfermera, quiero algo para beber –grita Jaakko cuando escucha que Katri ingresa a su casa.
La enfermera no alcanza a escucharlo o hace como que no lo oye. Lo que Jaakko intenta como grito, en su enojo volcánico, emerge de su cuerpo como un sonido débil que no llega a los oídos de su destinataria. Ni insultar puede, Jaakko se fastidia aún más por esto. Quisiera ahogarse en el Konkekorva y que todo se vaya a la re mismísima mierda.
Al otro día  repite la rutina: subir con esfuerzo a la coupé Volvo que ahora lamenta haber comprado, recorrer los escasos dos kilómetros que separan su casa del Hospital Universitario, ubicarse en el sillón de diálisis, evitar la charla con los otros infelices dializados que están a su lado, regresar a casa, sentarse en el sillón junto a la ventana, mirar los transeúntes que siguen viviendo como si Jaakko no estuviera a punto de morir.
Lo mismo ocurre al día siguiente, y al otro. También al otro…
El nefrólogo finalmente se decide: contacta a un viejo colega, compañero de cuarto en su época estudiantil. Andrey tenía pocos escrúpulos en su juventud, Ahde sabe que no se incrementaron demasiado en las tres décadas siguientes. Escribe en un recetario: “Dr. Andrey Kozlov”, debajo agrega un número telefónico de Malmö, Suecia.
Helenna lo mira extrañada:
            -Es ruso, pero nunca volvió a su patria, vive en Suecia –aclara Ahde-. Para coordinar la visita díganle que quieren una interconsulta, no agregues más datos telefónicamente, ya hablarán el tema en persona.
Comunicarse con el nefrólogo ruso fue tan sencillo como concertar una cita esgrimiendo las dos palabras mágicas: Ahde e interconsulta. Viajar hacia Malmö tampoco insumió gran esfuerzo: los mil setecientos sesenta y dos kilómetros que la separan de Oulu, eran demasiados para transitarlos en la coupé Volvo de Jaakko. Optaron por las algo más de tres horas que insumía el viaje en avión. Helenna y Katri organizaron la visita a la ciudad sueca con la máxima premura, la charla debía ser personal: contactar a un médico ruso para buscar ilegalmente un riñón no era algo que podía hacerse por teléfono, al menos en aquellos tiempos.
El doctor Kozlov estaba habituado a esas llamadas telefónicas: comprendió rápidamente cuando Helenna explicó la situación de salud de Jaakko y le planteó la necesidad de una “interconsulta”. El ruso no necesitó más que eso. Helenna tampoco para advertir que su colega Ahde, más allá de los pruritos que expuso, no era la primera vez que lo contactaba para éste tipo de “tratamiento”.
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El Capítulo 11 lo publicaremos el viernes 24 de mayo. Si querés recibirlo por correo electrónico, agregá tu mail en “SEGUIR”. Los anteriores capítulos los encontrás acá.

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