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"Olavarría, Argentina" - Capítulo 15


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Tercera parte: San José, Costa Rica.
Capítulo 15
Efraín Vazques Ríos es la tercera generación de médicos de su familia. La clínica, un edificio moderno, de tres plantas, ubicado sobre la avenida 36, lleva su apellido, el de su padre y el de su abuelo, fundador de esa estirpe de médicos familiares.
Jaakko recorre las escasas quince cuadras que separan el Costa Verde Inn de la Clínica Vazques Ríos en una ambulancia de última generación equipada con todos los adelantos de la tecnología para el traslado de pacientes. Katri, enfermera al fin, va a su lado, tanto en el trayecto como luego cuando lo ingresan al servicio de nefrología para completar los exámenes pre-quirúrgicos.
El doctor Vazques Ríos se presenta a su paciente cuando los pre-quirúrgicos están completos. Casi cincuenta años, morocho, tostado por el sol costarricense. Está en su reino. Se mueve con suficiencia, dejando claro que en su clínica el control está en sus manos. Habla un inglés perfecto, con acento estadounidense, producto de sus años de estudio en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. Sabe que Jaakko Tarkka también es médico, por lo que su descripción de la tarea a realizar durante la intervención es precisa. Tan quirúrgica como la operación misma.
Jaakko lo escucha a desgano. No está demasiado feliz de estar allí, en la lejana San José, próximo a someterse a una operación de trasplante, donde se confunde la necesidad de un riñón con la ilegalidad. El concepto turismo de trasplantes que Jaakko escuchó por primera vez hace algunos años durante un congreso médico en Helsinki se le revela ahora, mientras escucha al tostado doctor Efraín Vazques Ríos, como un oxímoron insoportable: las resonancias placenteras del turismo se estrellan contra su cuerpo debilitado y la proximidad de esa intervención al margen de la ley.
La culpa también entrará al quirófano.
Pero no de la mano del doctor Vazques Ríos, que parece ajeno a ella, cómo si en su reino privado no hubiese espacio para tales sentimientos.
Jaakko no es un individuo culposo, pero en esta situación siente que no está bien lo que está haciendo.
            -Quedarás internado, mañana realizaremos la intervención –finaliza Vazques Ríos en su inglés americano, tuteando a Jaakko que sólo atina a asentir con su cabeza.
Luego se dirige a Katri, con quien no se toma las licencias del tuteo: “a Ud. le recomiendo aprovechar el día para el descanso, regrese al hotel, aquí no tiene mucho por hacer, pero luego del trasplante tendrá mucho trabajo”. Así se hace, en el reino del doctor Efraín Vazques Ríos, su palabra no tiene apelaciones. Katri asiente, con tal grado de sumisión que sorprende hasta a ella misma.
A las nueve de la mañana del día siguiente Jaakko Tarkka ingresa a quirófano, Katri lo alienta, le promete que se verán apenas un rato después. Un camillero vestido de ambo totalmente verde lo traslada en camilla por los pasillos de la clínica, Katri camina a su lado mientras se lo permiten: un cartel blanco con letras rojas, señala que ingresan a un área restringida. El camillero y Jaakko atraviesan las puertas vaivén y se pierden tras ellas. La intervención llevará aproximadamente cuatro horas, según calculó el médico en la visita del día anterior.
Katri, armada de paciencia, busca la sala de espera, un espacio tan amplio como impersonal. Varias hileras de silloncitos de madera clara, con almohadones en cuerina blanca, se ubican en todo el perímetro de la sala, un televisor de veinte pulgadas, la máxima tecnología del momento, cuelga de un rincón emitiendo imágenes de los servicios de la clínica que se mezclan con las maravillas del paisaje de Costa Rica, un par de mesas bajas construidas en el mismo tipo de madera que los sillones, con tapas de vidrio sostienen abundante cantidad de revistas, demasiado antiguas y ajadas. No hay otras personas en el lugar, Katri se ubica en uno de los sillones, junto a un gran ventanal que deja ver la vegetación prodigiosa del jardín delantero, los transeúntes y vehículos que pasan por la avenida 36 y, del otro lado de la calzada, la fachada lateral del Colegio Nuestra Señora del Pilar: un friso de piedras lajas en tonos marrones, ventanas negras enrejadas en sus dos pisos, paredes de un blanco inmaculado.
Tras cuatro horas de operación, con puntualidad suiza, trasladan a Jaakko a la unidad de reanimación. Un médico, vestido de ambo celeste, controla las variables en una serie de aparatos que rodean la cama. Jaakko duerme por efecto de la anestesia. Katri observa, detrás de un grueso blindex, a su paciente con cables por doquier conectados a aparatos de la más moderna tecnología.
            -Todo salió bien –son las únicas palabras del doctor Vazques Ríos, antes de retirarse rumbo al vestuario médico.
Ya no volverán a verlo, su trabajo está hecho. El control hasta el alta estará en manos de otro médico: un hombrecito pulcro, de hablar pausado en un inglés tan correcto como el de Vazques Ríos, a quien siempre verán vestido de pantalón gris, camisa celeste y chaqueta gris oscura.
            -Sandro Quintana Imbert –saluda, estirando su mano derecha, luego agrega: el trasplante ha sido un éxito, veremos cómo lo acepta el organismo, pero las pruebas HLA eran coincidentes con las del donante, lo cual nos augura un excelente pronóstico. No hay motivos para preocuparse –finaliza en su inglés fluido.
Katri busca un teléfono desde el cual comunicar las buenas noticias a Helenna Ilkka, la médica de cabecera. Calcula mentalmente la diferencia horaria con Finlandia: en Oulu es casi las diez de la noche. “Helenna aún estará levantada” piensa mientras marca el número telefónico desde una pequeña cabina adyacente al mostrador de administración de la clínica.
Helenna, sin percibir la diferencia horaria, se alarma por la llamada nocturna, pero la voz de Katri la tranquiliza rápidamente:
            -Todo salió bien –es lo primero que se apresura a decirle.
Una semana después Jaakko ya está en condiciones de abandonar la clínica, le cierran el tubo de Kehr, lo único que faltaba para estar en condiciones de afrontar el extenso vuelo de regreso a su Oulu natal. Allí el nefrólogo Ahde será el encargado de continuar la supervisión. El cuerpo del finlandés aceptó el riñón perfectamente, pero aún se muestra dolorido.
            -Pasaremos dos días más en el hotel –informa Katri- mientras hago los trámites para el vuelo de regreso y por si ocurriera algo luego de tu salida de la clínica.
Jaakko asiente, su buen humor es ostensible, bromea proponiendo una visita a la playa: “venir hasta Costa Rica y no ver las aguas de su mar es un pecado”, dice.
            -Tengo una mejor propuesta… –retruca la enfermera- como pago a mi trabajo de estos quince días, cuando esté saludable, me invitará a conocer las playas de Guanacaste, no pude evitar ver publicidad de ellas todo el tiempo durante esta semana. Me las metieron por los ojos, así que ese será mi pago.
            -Trato hecho –acepta Jaakko- cuando pueda andar vendremos a Guanacaste: playa, sol y bebidas. Nada más, ni médicos ni clínicas.
            -Bebidas, sólo para mí –responde Katri- para usted el tiempo del Konkekorva y las bebidas se terminó, junto con sus viejos riñones fallados.
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El Capítulo 16 lo publicaremos el viernes 28 de junio. Si querés recibirlo por correo electrónico, agregá tu mail en “SEGUIR”. Los anteriores capítulos los encontrás acá.

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