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Políticas sociales y macrismo.















El Gobierno de Mauricio Macri se inició con una serie de medidas que beneficiaron a los sectores más enriquecidos: fuerte devaluación del peso, baja de retenciones a los cereales, eliminación de retenciones a la minería, eliminación del llamado “cerrojo”, eliminación de los subsidios a los servicios públicos y aumento de tarifas, por sólo nombrar algunas medidas que significaron un fenomenal traslado de riqueza hacia los sectores económicamente más empoderados.
Encuestas, acaso poco creíbles pero coincidentes en sus resultados, empiezan a marcar un aumento de la preocupación ciudadana en temáticas tales como la inflación y la desocupación, al tiempo que señalan una incipiente caída en la imagen positiva del Presidente y su Gobierno. También comenzó a verificarse una sensación en parte de la población de que “Macri gobierna para los ricos”.

La percepción encendió luces rojas en el macrismo, que no tardó en salir a los medios con dos argumentos:
  1. La herencia recibida hacía necesarias las acciones ingratas que el Gobierno estaba tomando, pero en algunos meses (luego la vicepresidenta Michetti extendió el período y habló de dos, tres o cinco años) comenzaría una mejora en el nivel de vida; y
  1. el anuncio de algunas medidas oficiales en beneficio de los sectores más humildes en lo económico, como la extensión de la Asignación Universal por Hijo para monotributistas, el incremento del tope de facturación para el monotributista social, la tarifa social para quienes cobran la AUH o jubilaciones mínimas, la devolución de parte del IVA a los mencionados grupos sociales y otras medidas de impacto menor.
El fundamento de ambos argumentos pasa por un retorno a las políticas sociales como modo de amortiguar los impactos sociales del modelo económico neoliberal que el macrismo aplica. Es un retorno a la vieja y conocida Teoría del Derrame que utiliza la metáfora de un vaso que acumula líquido. El líquido sería la riqueza que se acumularía hasta sobrepasar la capacidad de contención del vaso. A partir de ese momento, comenzaría a “derramar”, alcanzando así a los sectores más pobres.
En otras palabras, primero hay que crecer, los ricos acumulan y, en algún momento, esa acumulación derrama en beneficio del resto de la población. Mientras se crece, los pobres esperan y los ricos se esmeran en juntar lo máximo posible.
La mala noticia es que el momento del derrame tarda demasiado en llegar. Incluso arriesgo a postular que el recipiente que contiene la riqueza en acumulación está construido de algún material biológico inteligente que le permite aumentar su capacidad de contener los líquidos a medida que éstos van llegando. El vaso crece a igual velocidad que las riquezas. Es decir, el derrame nunca se produce.
Por eso, los pedidos de paciencia de Michetti o las medidas de atenuación del impacto de Macri apuntan en el mismo sentido: manejarse en la coyuntura, ganar tiempo, en este juego de espera continua que proponen. El derrame es la gran falacia.
Pero al mismo tiempo el actual gobierno prmetió pobreza cero a la ciudadanía. Sabemos que con la política económica imperante ése será un objetivo imposible de cumplir. Las encuestas dicen que los ciudadanos intuyen algo parecido.
¿Pensarán lograr pobreza cero con estas pocas iniciativas en materia de políticas de asistencia? Las anunciadas hasta el momento son insuficientes para ese fin. Pero si las ampliaran tampoco serían pertinentes. El objetivo de terminar con la pobreza excede al campo mismo de las políticas sociales. Más bien debe plantearse como una meta de otras políticas, muy especialmente de la economía. Pretender que una serie de programas fragmentados pueda acabar con las desigualdades sociales es, en algunos, una ingenuidad y, en otros, una manera de responsabilizar a las mismas políticas sociales por los efectos de la política económica. Dirán que hacen falta más programas sociales, pero nunca que hay que cambiar la línea económica.
Las políticas sociales intentan cubrir los huecos que produce la economía. Tanto es así que en las últimas dos décadas en Argentina se observó un creciente corrimiento de las demandas que los sectores pobres le hacen a la política de asistencia. Fue un movimiento de crecimiento cualitativo de la demanda en los años del kirchnerismo y actualmente es un movimiento de retorno hacia demandas más básicas.
Me tocó ocupar el cargo de secretario de Gobierno y Desarrollo Social del Municipio de Laprida entre los años 2008 y 2015. Anteriormente había gobernado el radicalismo, que continuó con las políticas aplicadas en el momento de la crisis de 2001 y años sucesivos. Al asumir encontramos que la Dirección de Acción Social entregaba 900 bolsones de comida mensuales a una cantidad similar de familias. Decidimos cortarlos y evaluar la necesidad alimentaria. Era 2008 y suponíamos que la situación del país hacía posible que la mayoría de esas familias pudiera cubrir sus necesidades alimentarias por sí misma. Una vez evaluada la situación de cada una de las familias volvimos a asistir a quienes lo necesitaban: eran 150 los bolsones necesarios. Siete años después, en diciembre de 2015, cuando dejé el cargo, los bolsones eran 250, menos de un tercio que los que se entregaba en la gestión anterior.
Detectamos un corrimiento de la demanda. Quienes en 2001 necesitaban desesperadamente un bolsón con alimentos o mandar sus hijos a comedores escolares y comunitarios habían superado esa situación de desesperación, merced al mejoramiento de la situación económica. Seguían perteneciendo a los sectores más pobres de la población, podían alimentarse por si mismos, pero planteaban otras necesidades: mejoramiento de vivienda, extensión de redes de servicios públicos, mejoras en la cobertura de salud.
Los que venían a buscar la garrafa comenzaron a demandarnos la extensión de la red de gas. Los que antes necesitaban ayuda para el pago del camión atmosférico ahora querían la cloaca”, dice la directora de Asistencia Social Directa, Soledad Fischbach.
Del bolsón de alimentos a la mejora de la vivienda. Del comedor comunitario al micro préstamo para la adquisición de herramientas para –junto con el monotributo social- brindar servicios de albañilería con factura, aporte previsional y obra social. Así fue el corrimiento de mejora cualitativa de la demanda que recibieron las oficinas de ayuda social de los diferentes municipios del País.
Ahora verificamos el inverso.
Escucho a Felipe Solá, diputado y ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, en el programa Minuto Uno, conducido por Gustavo Sylvestre. Solá discute con un legislador del PRO acerca de la preocupación de Macri en el tema de los Papeles de Panamá. El legislador le dice: “Mauricio está muy tranquilo”. Felipe contragolpea que desearía que Macri estuviera nervioso por la situación del país, y que si está tranquilo es porque es “un indolente”. Solá manifiesta que el Gobierno debe contener a la indigencia, le explica al legislador que los indigentes han aumentado, según un observatorio de la Universidad Católica, en más de 400.000 personas en los últimos meses. Le reclama acciones para contener a ese grupo que ha pasado de la pobreza al hambre.
Verónica Magario es la Intendenta de La Matanza, el distrito más populoso del conurbano bonaerense. Más grande que muchas provincias argentinas. El 30 de marzo pasado, manifestó que “comenzaba a haber hambre” en su distrito.
Escuché a una decena de Intendentes del interior bonaerense expresar que están aumentando sus compras de alimentos para distribuir entres los sectores más vulnerables de sus distritos. Mario Secco, de Ensenada, dice haber triplicado las cantidades compradas.
Alimentos es una de las demandas que regresaron luego de varios años. La otra tiene que ver con los servicios públicos, los mismos que se expandieron durante los años del kirchnerismo. El aumento de las tarifas de la electricidad, que ronda el 200 % en el interior bonaerense, y el más grave para el invierno que se avecina, el del gas, cuyas tarifas llegan a valores un 2000 % superiores, han generado una nueva demanda: la asistencia del Estado municipal para el pago de esos servicios que brindan la posibilidad de contar con electricidad, calefacción, agua caliente y cocción de alimentos a las familias más humildes y que hoy están en peligro.
Desgraciadamente, el retorno a las políticas económicas neoliberales produjo su contraparte esperada en las políticas de asistencia: un corrimiento de la demanda, que –luego de tener una mejora cualitativa en los últimos 12 años- provoca que los sectores más pobres de la sociedad deban retornar a solicitarle al Estado satisfactores de necesidades que hasta pocos meses atrás podían resolver por sí mismos.

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