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"Olavarría, Argentina" - Capítulo 14


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Tercera parte: San José, Costa Rica.

Capítulo 14
“Al fin…” dice Jaakko Tarkka, como para sí mismo.
El tren de aterrizaje del Boeing de American Airlines toca el hormigón de la pista del Aeropuerto Juan Santamaría. Jaakko escucha el chirriar de las ruedas sobre el piso con alivio: están en Costa Rica luego de un agotador viaje de veinte horas. Faltan todavía algunos minutos para que el avión carretee hasta el final de la pista, regrese, estacione frente la terminal aeroportuaria y puedan descender a través de la manga. Katri, sentada a su lado, toma el bolso de mano. Los pasajeros, ansiosos por descender, se amontonan en los pasillos del avión, Jaakko y Katri esperan a que el resto baje para poder caminar con mayor comodidad.
La terminal es un moderno e inmenso galpón con paredes vidriadas, techos parabólicos de zinc rojos hacia el exterior, sostenidos por una estructura tubular de un blanco sintético, Jaakko recorre, apoyado en Katri, los pasillos de pisos brillosos hasta encontrar una amplia zona con asientos, se derrumba en uno de ellos, incómodo como todo asiento de aeropuerto, mientras la enfermera continúa su camino hacia la cinta en busca de las maletas. El aire acondicionado no permite todavía que Jaakko sienta el calor agobiante de Costa Rica pero no demorará demasiado en padecerlo, cuando salgan a la vereda por un taxi que los lleve al Costa Verde Inn sentirá el peso del verano sobre sus hombros.
El taxi no será necesario. Junto a la puerta vidriada, un hombre de tez oscura, vestido con ojotas, bermudas roja y remera con vivos amarillos, verdes y azules, sostiene una cartulina blanca que tiene escrita sólo una palabra: “Tarkka”. Jaakko sabe que ningún otro ser humano en Costa Rica sería convocado con un cartel así. El morocho de bermudas roja es, sin lugar a dudas, el enviado del hotel para trasladarlo.
            -Andrés –se presenta el conductor, al menos eso piensa Jaakko que no comprende una palabra del español- los llevaré al Costa Verde.
Un Honda Civic 1980, color té con leche, es el vehículo de Andrés. Katri se ubica en el asiento trasero, su cuerpo morrudo tiene dificultades para ingresar al auto, que sólo posee puertas delanteras, recién cuando lo logra Jaakko se acomoda en el asiento del acompañante. Andrés ubicó el equipaje en el maletero y está dispuesto a marchar rumbo al Costa Verde. Jaakko necesita un buen baño, una cama y varias, muchas, horas de descanso. El calor de San José le resulta insoportable, nunca en su Finlandia natal imaginó que la temperatura podría ascender de tal forma, las dos ventanillas del Honda están abiertas, pero el aire que ingresa por ellas no alcanza a refrescar su agobio. Jaakko se siente inmerso en un tazón de sopa de pescado, demasiado caliente, como la que preparaba su madre cuando era niño.
Trata de concentrarse en la vista para olvidar del sol que lo golpea.
Andrés no deja de hablar, aun a sabiendas de que sus pasajeros sólo podrían entenderlo en finés o en un inglés más puro. No comprenden ni el español, ni el spanglish en el que incorpora azarosamente palabras inglesas a frases construidas con la gramática del castellano. Katri trata de aprovechar todo el aire posible de las ventanillas delanteras que corre hacia la parte trasera del Honda, en tanto Jaakko se abstrae mirando la rica vegetación que desfila frente a sus ojos.
Son casi veinte kilómetros que transitan inicialmente por la ruta Panamericana  hasta que se transforma en la autopista General Cañas, cuando ingresan a San José, cruzan el río Virilla. Andrés se esfuerza en señalar un moderno parque de diversiones, a la izquierda de la autopista, que por los gestos ampulosos que realiza Jaakko comprende es el orgullo de San José. Luego de una rotonda abandonan la autopista Cañas y se meten en la 39, el paisaje cargado de verdes imposibles de encontrar en Finlandia se mezcla con condominios de casas amplias con techos de tejas rojizas. Andrés sigue vociferando como un alterado guía turístico sin que los finlandeses entiendan un ápice de sus referencias. Cruzan el río Tiribí, desvían por la 105, cuando el chofer anuncia inútilmente: “en cinco minutos llegaremos”.
Los cinco minutos son horas para Jaakko, debilitado por el viaje, agobiado por el calor del verano costarricense, cierra sus ojos y deja de mirar el verde de la tupida vegetación: sólo quiere llegar. Está prácticamente arrepentido de haber iniciado la locura de cruzar medio planeta para buscar un riñón “en este país del infierno”. Katri le alcanza una botella de agua por sobre su hombro, toma un par de tragos que lo alivian momentáneamente, ya doblan por la avenida 30 hacia la calle 150 B, el hotel está ahí nomás, repite Andrés.
Cuando chocan contra un pórtico de cemento pintado de blanco, con un pequeño techo de tejas rojo ladrillo, un portón de madera barnizada, y un cartel hecho en un trozo de madera que sobre un fondo violeta anuncia, en letras amarillas: “Costa Verde Inn”, Andrés frena el Honda, desciende a abrir el portón y vuelve a ponerse en marcha hasta detenerse frente a un edificio del mismo estilo que el pórtico, pero con inmensos ventanales que van del piso al techo.
            -La vida es muy distinta aquí –dice Jaakko a su compañera de viaje, piensa en que los costarricenses pasarán muchas horas de cada día al aire libre sin tener que recluirse dentro de las viviendas como sucede en Finlandia. Andrés acarrea los bolsos hacia la recepción.
Katri mira los largos aleros, con mesas y sillas, la pequeña pileta rectangular y sus reposeras verdes agua, donde los visitantes pasarán horas al sol, ese febo potente bajo el que su piel demasiado blanca no soportaría cinco minutos. Andrés se despide, la que parlotea ahora es Clara, la recepcionista del hotel, a quien presentan sus documentos. Clara se hace entender en inglés, le va mejor que al chofer, Katri y Jaakko al menos comprenden el sentido de sus frases.
Katri se lanza a la mullida cama de dos plazas de su habitación, con la mirada recorre el techo, totalmente en maderas claras, del mismo tono que las que recubren las paredes. Amplios ventanales que dejan ver la pequeña piscina, el parque arbolado y, más allá, los escasos edificios de alto del centro de San José. Nunca soñó con estar ahí. Si cuatro meses atrás alguien le hubiese dicho que estaría en Costa Rica, acompañando a su paciente para realizarse un trasplante de riñón, se hubiera reído incrédulamente. Si adicionalmente, le hubiesen explicado que ese trasplante sería una operación ilegal producto de la compra clandestina de un riñón a un desconocido, su enojo habría sido mayúsculo. No obstante, está allí, sobre esa suave manta hilada, a rayas celestes y blancas, mirando el parque del Costa Verde Inn de San José de Costa Rica.
Jaakko, luego de un baño con agua fría, duerme plácidamente, sin sentir el calor del enero costarricense, el teléfono de su habitación suena, sin que lo escuche. La recepcionista se comunica entonces con Katri, que sí responde:
            -Mensaje de la Clínica Vazques Ríos, señora –anuncia Clara en inglés-. Pasarán por el señor Tarkka a las nueve horas de mañana. La organización funciona de mil maravillas, piensa la enfermera, el nefrólogo ruso Kozlov lo había anunciado: “sólo tendrán que llegar al hotel y esperar que la Clínica los contacte”. Katri, vestida con la bata de baño blanca del hotel y una toalla en su cabeza que contiene su rubio cabello, mojado, porque acaba de salir de la bañera, se dice a sí misma: “sólo queda esperar”, mientras se desliza bajo las suaves sábanas blancas de la cama de su habitación.
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El Capítulo 15 lo publicaremos el viernes 21 de junio. Si querés recibirlo por correo electrónico, agregá tu mail en “SEGUIR”. Los anteriores capítulos los encontrás acá.

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